miércoles, 9 de enero de 2013

LAS QUIJOTADAS DE DON ANIBAL

Cada quince minutos las campanadas del reloj de los ingleses, de seguro, estaban recordándole el tiempo a don Aníbal Echeverría y Reyes (1864-1938), quien vivía frente a la plaza Colón, en los altos del edificio Siemens-Schuckert Ltda. Renombrado caballero antofagastino, fundador con el obispo don Luis Silva Lezaeta, erudito sacerdote autor de una acuciosa obra sobre el famoso papurri , terror de las niñas vírgenes de los vírgenes villorrios, el conquistador Francisco de Aguirre. Ambos, Echeverría y Lezaeta fundaron en 1913 el Ateneo de Antofagasta.

A propósito de don Francisco de Aguirre, nadie más quijotesco que el Adelantado don Diego de Almagro caballero iletrado a quien nuestra geografía casi enloquece, y que regresó al Perú tan tirilludo como lo sería siglos más tardes nuestro célebre Juan Verdejo, gracias a don Diego debemos que nos llamen rotos, “los rotos de Chile”, ¡ah! Me enorgullece serlo, aunque, soy de esos rotos que se crió en la plaza del Mercado de Antofagasta.

Alguna comezón debió causarle tanta lectura, y su acucioso ojo clínico vio pasar los fantasmas de tanto caballero andante que tenía su caballeriza en los libros del paciente don Alonso Quijano o Quijada. Don Aníbal las arremete en el mundo cervantesco con su formidable prosa. Por estos días la Real Academia Española de la Lengua, entre tanto y tanto que se ha escrito del singular caballero de la triste figura, por lo que ha sacado al baile con motivo de los 400 años de la publicación de Don Quijote de la Mancha , nada menos que a don Aníbal Echeverría y Reyes, dentro de la más voluminosa de las bibliografías con escritos acerca de don Miguel de Cervantes y su singular personaje.

Don Aníbal fue un elegante señor, miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua esos años, caballero de bastón con mango de plata, tal vez usó también almalafa y me parece que sí, fue figura principal de nuestro pasado intelectual Nortino, un señor campanilludo, genio y figura que sonaba por su inteligencia.

Don José Toribio Medina quien nos dejó dicho que se podía probar “historiográficamente” que en Chile el “Quijote” no se leyó hasta fines del siglo XVIII, él, don José Toribio aventuró con su “Cervantes en las letras chilenas” (1923), una obrita de ochenta páginas y no sólo fue ésta sino muchas otras publicaciones más que nuestro afamado compatriota nos legó de su saber cervantoso. Augusto D’Halmar nos legó su libro “La Mancha de don Quijote” (1934), el olvidado poeta Desiderio Lizana dejó versos como “Sancho en el cielo”. Clemente Barahona Vega propuso investigar la influencia de Cervantes en el folklore chileno. En 1938 Víctor Domingo Silva dejó impreso en una revista su verso fácil y descriptivo “El viernes Santo de don Quijote” y hubo más.

Nos toca en suerte vivir la celebración del IV centenario de la publicación de Don Quijote de la Mancha, tengo en mis manos la edición conmemorativa salida (2004) de las prensas de Alfaguara al ver el glosario que trae, ahí me acuerdo por qué debo hablar de mi famoso coterráneo don Aníbal Echeverría y Reyes que figura en los anales bibliográficos cervantinos, pues destacase su obra, un ensayo, llamado: “Vocabulario en el Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”, trabajo aparecido en los en una tirada aparte en Prensas de la Universidad de Chile (1932). Allí se aprecia el talento del distinguido habitante de la ciudad del Chango López, tesonero investigador apasionado de la obra cervantina. Asimismo, al año siguiente, este caballero linajudo y de polainas, le será publicado su “Miguel de Cervantes Saavedra (El reverso de la medalla), en Prensas de la Universidad de Chile un estudio de divulgación y comentario donde se ven los aspectos más duros y tristes de la vida de Cervantes. Pegará don Aníbal su toque magistral desatando todo su cacumen en un elevado y largo discurso escrito donde hace gala de sus conocimientos del sobre el creador del cálido caballero cuyos fundamentos están dirigidos a las bellas, defensor de doncellas, delirante caballero por Dulcinea y la justicia divina, “desfacedor” de entuertos, amparador de viudas, socorredor de huérfanos y menesterosos. El antofagastino hace gala de sus conocimientos sobre la sabiduría de Cervantes que no guardó detalles para explayarse en sus obras con todo lo que su talento manejaba editando su “Cervantes” (Jurisprudencia-Teología-Medicina) Imprenta Universitaria (1935). Comprueba y divulga Echeverría los conocimientos de Cervantes sobre las materias ya señaladas.

A propósito de derecho, que nadie venga a tratar de charcha ni menos decir que era penca, un trabajo sobre derecho en el Quijote escrito por Andrés Sabella en una revista, llamada, “Acción Social”, por allá por 1939, un año después de fallecido don Aníbal Echeverría y Reyes y a propósito de Cervantes, Andrés también publicó en “Atenea” , un artículo llamado “Los Mancos” y destaca la ausencia de un brazo en Cervantes y también en otros dos notables más; don Ramón María del Valle Inclán, y de Blaise Cendrars: “tres mancos en quienes el azar dobló la sal y a quienes puso tan sólo cinco furiosos dedos para mover el arado estelar y terrestre de la pluma…”(Sabella)

Caemos de sopetón al recordar los afanes de Andrés, en Mario Bahamonde el taltalino, quien también solía recordarnos a Calderón, analista de la verdad y la mentira de los hombres, Cervantes con sutileza y poco dogmatismo hace también su análisis. Cierto, sabio fue don Miguel y no cabe dudas que de eso y mucho más nos dejó escrito don Américo Castro. Así, no olvidamos lo aseverado por William J. Entwestle acerca de lo que él llama la “dolorosa literatura española”, entre la verdad y la fantasía, lo real y lo falso, la erudición necia de don Quijote y la sabiduría con ciencia nula de Sancho y un Cid desconocedor de las reglas de la caballería andante, que no olvidó nunca que el problema fundamental era ganarse el pan. Parece ser que todo está en un puro saber vivir entre lo real y lo falso.

Algo colocaron, entonces, estos antofagastinos, en el espejo de la bibliografía acerca de Cervantes, paseado por los senderos de España y caminando las más variadas rutas e idiomas del mundo. Un buen recuerdo para ellos en este IV Centenario de la publicación del más ilustre de los libros salidos del ingenio hispano y para honra de la lengua que hablamos.


Eduardo Díaz Espinoza.
Post publicado en "La Coctelera"
Diciembre 2005

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