4 Mayo 2007
Cada día que hablo con las piedras se
registran algunos hechos especiales. Se sueltan algunos globos amarillos como
los fundillos de las doñas esas que se juntaban en los lavaderos a sacudir la
lengua con el último pelambrillo.
Más como somos tan diferentes, concluyo que terminamos iguales.
Si, cabalito, tan iguales como ese chileno y un boliviano que disputaban una
chimbiroca en el tren a Calama, caen a la vía férrea y ambos quedan decapitados.
Terminaron la discusión igual, sin cabeza.
Las piedras, son buena compañía
cuando se avioletan, es decir; tienen como un carmín color violeta. Aún cuando
lo misterioso y llamativo está oculto en ese intenso color pardo que suelen
tomar.
Todo me lleva a reflexionar que
tienen voz fina que ha cincelado un toque de inflexión desértica.
"Por culpa de nadie habrá
llorado esta piedra" dice Gonzalo Rojas.
Detesto decir "soy realista". Perdería, perdería vuelo poético y hasta el encanto de esta conversación lítica.
Para ser sincero, a estas alturas de
la vida, como la marraqueta que me gusta. Me gusta no ser realista. Aunque todo
esto te da esos dolorcitos intensos y permanentes como cuando te arrancaron las
uñas con alicates. ¿Se acuerda usted, la práctica esa en las cárceles
clandestinas? Mis dedos se asustan recordarlo. Viste.
Pero, mis piedras; "neutras,
amorfas, sin lo airoso/del mármol ni lo lujoso/de la turquesa" de nuevo
Gonzalo. Sí, pero sí, mis piedras redonditas como los ojos de mi nieto Camilo,
o las enormetotas del desierto. Esas piedras ágatas profundas de Lu. Piedritas,
piedrecitas o piedrecillas de la orilla, descuidadas, gastadas que dan ese tono
de voz especial al mar.
Cuando el amor ha nublado la mente,
acentúa nuestro irrealismo, baja pesadas persianas sobre los ojos dejas de ver
tanto. De manera que, sigo por la Avenida del Brasil conversando con las peñas,
peñascazos y peñasquitos venidos en los clippers a vela desde variados puntos
del mundo.
Los adoquines de la antigua calle
Matta o los de Bolívar, monumentos silenciosos que murmullan vetustas historias
de transeúntes traídos por la ventolera de la rememoranza. Allí, sintieron las
pisadas de esos miles de trabajadores que llevaron a Pisagua en la época de la
infamia cuando el traidor llamado Gabriel. Recordar las arengas de don Luis
Emilio Recabarren en la calle de las cinco esquinas.
Así fue, si uno quiere saber lo que
era la pampa salitrera, antes de que naciera para comer roscas y escribir
novelas este cabrito llamado Hernán Rivera Letelier. Eso es, pues, así va uno,
sólo a conversar su silencio a la soledad de la piedra.
©Eduardo Díaz E.
EL MIRÓN DE LA CALLE.
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