miércoles, 23 de julio de 2014

El Mirón de la calle - Conversaciones en el empedrado

4 Mayo 2007

Cada día que hablo con las piedras se registran algunos hechos especiales. Se sueltan algunos globos amarillos como los fundillos de las doñas esas que se juntaban en los lavaderos a sacudir la lengua con el último pelambrillo.

Más como somos tan diferentes, concluyo que terminamos iguales. Si, cabalito, tan iguales como ese chileno y un boliviano que disputaban una chimbiroca en el tren a Calama, caen a la vía férrea y ambos quedan decapitados. Terminaron la discusión igual, sin cabeza.

Las piedras, son buena compañía cuando se avioletan, es decir; tienen como un carmín color violeta. Aún cuando lo misterioso y llamativo está oculto en ese intenso color pardo que suelen tomar.

Todo me lleva a reflexionar que tienen voz fina que ha cincelado un toque de inflexión desértica.
"Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra" dice Gonzalo Rojas.

Detesto decir "soy realista". Perdería, perdería vuelo poético y hasta el encanto de esta conversación lítica.

Para ser sincero, a estas alturas de la vida, como la marraqueta que me gusta. Me gusta no ser realista. Aunque todo esto te da esos dolorcitos intensos y permanentes como cuando te arrancaron las uñas con alicates. ¿Se acuerda usted, la práctica esa en las cárceles clandestinas? Mis dedos se asustan recordarlo. Viste.
Pero, mis piedras; "neutras, amorfas, sin lo airoso/del mármol ni lo lujoso/de la turquesa" de nuevo Gonzalo. Sí, pero sí, mis piedras redonditas como los ojos de mi nieto Camilo, o las enormetotas del desierto. Esas piedras ágatas profundas de Lu. Piedritas, piedrecitas o piedrecillas de la orilla, descuidadas, gastadas que dan ese tono de voz especial al mar.

Cuando el amor ha nublado la mente, acentúa nuestro irrealismo, baja pesadas persianas sobre los ojos dejas de ver tanto. De manera que, sigo por la Avenida del Brasil conversando con las peñas, peñascazos y peñasquitos venidos en los clippers a vela desde variados puntos del mundo.

Los adoquines de la antigua calle Matta o los de Bolívar, monumentos silenciosos que murmullan vetustas historias de transeúntes traídos por la ventolera de la rememoranza. Allí, sintieron las pisadas de esos miles de trabajadores que llevaron a Pisagua en la época de la infamia cuando el traidor llamado Gabriel. Recordar las arengas de don Luis Emilio Recabarren en la calle de las cinco esquinas.

Así fue, si uno quiere saber lo que era la pampa salitrera, antes de que naciera para comer roscas y escribir novelas este cabrito llamado Hernán Rivera Letelier. Eso es, pues, así va uno, sólo a conversar su silencio a la soledad de la piedra.

©Eduardo Díaz E.
EL MIRÓN DE LA CALLE.


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Alrededor de la mesa - Poema de Eduardo Díaz E.

ALREDEDOR DE LA MESA

Arde la soledad desatando el horrendo fuego
del aguardiente carcomedor de tripas y huesos
cada noche que la sed quiebra la botella
y el licor de Florida se mete gaznate adentro
allá en nuestro viejo barrio penquista
de Chillancito

Por ahora, un hígado delicado con daño crónico
se suelta en la vastedad del idioma de las marmitas
ahítas de un grasoso comistrajo incitador a
soltar las amarras de los dientes para que muelan con
su molino de hambre siniestra hasta los últimos hollejos

El olor fuerte del sudor es como si
desde el fondo del cuerpo la gran fauce
busca el volcán torrentoso de unos porotos
acaramelados con ardorosos trozos de chicharrones
de chancho, mientras el ajo chancado y la
albahaca destilada desde sus ramas aromáticas
ocupan hasta el último rincón del estómago vacío

Si me chupo hasta la esencia del alma del vino
que se desata como un río de rubí opacando mis
sentidos y ahumando de sopor embriagado estos ojos
caídos como torres gemelas ante el asalto terrorista
de la embriaguez

Se rajan macabras las niñas rodando
desde el arrugado pirulín encendido en su borrachera
atroz y espeluznante después de haber entrado
por penumbrosas cavernas hasta agotarse
en esos movimientos de vacas en celo

La calma es augusta y serena cuando la tripas
sumisas y colmadas no van a subvertir
la boca, los jamones planchados y almibarados
han pasado el susto hasta que el sol gotee su
fuego sobre las cabezas.


Todo cae en un feroz sueño.


Eduardo  Díaz Espinoza

El Mirón de la calle - El telefonito

EL TELEFONITO

Puchas compadre, todo Chile tiene ese aparatito. Oiga si hasta la Maiga, esa vieja que nunca se lava y menos se baña   y es más hedionda que  vertedero tiene uno.

Que yo sepa en la casa de ella, nadie trabaja. Cierto es que esos, los Fuente Seca, serán secos de todo, menos del bolsillo. Claro, nadie sabe el origen de los dineros con que ellos viven.

En fin, pareceré envidioso, porque los demás tienen, sin embargo, aunque me saco la cresta trabajando, no alcanzo para mantener uno.   Mi envidia, dice la Loreto, es como algo que se cocina a fuego lento, eso, es como la mezcla con la que se rellenan los alfajores de Pica.

Oiga, putas que son ricos los alfajores, mientras más días tienen son mejores y más blanditos, y cuando uno los hace la galleta parece piedra. El ablandamiento lo provoca el menjunje, ese que yo se, porque lo heredé de mi abuela Hortensia.

Cuando estaba sin pega estable,  harta platita gané, tenía una excelente clientela, pero cuando mejor iba el negocio, llegaban los cenachos y me detenían, metido quien sabe dónde, en que cárcel clandestina, me tenían una semana o más, cuando me soltaban, ya no tenía clientela alguna.

Mentes perturbadas después de una sesión de golpes y otros apremios, nos machacaban hasta el alma, allí se arrastraba en su dolor el pobre guiñapo humano, nos enmierdaban,  días después nos tiraron en un vertedero de basuras dentro de unos sacos. Todo ardía alrededor, felizmente escapamos de pura cueva, San Pateste nos salvó.   Al llegar a casa me encontré que una partida de alfajores que  quedaban, estaban todos con hongos. Ni el Cachilupi, mi perro favorito los quiso comer, el quiltro me miró como diciéndome, "putas, ni huevón pa' envenenarme."

Va uno en la micro.  Distraído.

Una señora que viene del barrio jaivón,  mira su celu, como si tuviera un tesoro en sus manos, observa a los que estamos alrededor, se cree el hoyo del queque la vieja, le da estatus alrededor de los picantes que no tenemos el consabido adminículo. Y la fulana es fámula no más. Pero igual, nos tachó de arriba abajo, introduce su aparato en un bolso descachalandrado de tevinil.

Oiga pero si cuando uno está en misa  ¡zás!   que suena uno de esos desgraciados aparatitos,  estamos en lo mejor conversándole al flaco Inri las cuitas,  suena el maldito.   La  beata moderna, sale muy paradita, como si tuviera un palo en el culo y a pelar por ese telefonillo móvil.

El Juanjo que es mi amigo vendedor de productos para la minería, un día estaba en el "Eros" con una minita, y ¡que suena el pajarraco!, estaba en lo mejor del merequetengue , toma al desgraciado, y desde otro lado alguien le pregunta si tiene repuestos para camiones. ¡Qué horror!   Todo quedó a medias, interruptus…. Pero si es para machacarse las bolas.


El modo solemne que adopta esta gente con la cosa esa en las manos. Hasta uno se imagina o sospecha, que es algún sabio, o un eminente intelectual.

Noooooo, no señor, nada de eso, si es sólo uno de esos amermelados que se las da de rico.

Por donde que tú vayas, chuatas, se parece al bolero ese que cantaba Lucho Gatica. Lo cierto es   donde quiera  te encuentres que suena uno… mi Dios, si sacan de quicio. Es nuestra inferioridad, nuestra mentalidad estrecha que nos viene de la colonia, herencia de los coños.

Te imaginas ir apretujado en el metro. Olvídate.

Esa peste del Transantiago. 

Es ahora cuando uno valora su provincianidad, nunca anda enlatado como sardina, o alguien te pasa a llevar o a una mina le corren mano. Y chuuu… la jodienda cuando una minita mueve el chico,  te ponís turnio huevón, más encima hay comadres que parece que dicen: "dame un kiss" soltándote ese escote de paro cardiaco como dice la Sasha en su poema "La Fiera". Agarraí papa y te llevan preso.

Pero si es el colmo, el chico Peralta haciendo clases todo inspirado, cuando un trío de esos moscardones telefónicos lanza sus gemidos de llamada.   Se paran donosamente las alumnas a responder y… el pobre Peralta debe interrumpir sus clases para que las lindas vayan a la voz del amo. O vaya a saber uno quién crestas las llama.

Mi pescador yerno, cañero fino, estaba pescando a orillas de la playa, viene
una ola, se agacha para evitar que lo bote la ola,  y… sale disparado el celular, adiós mi plata…

No falta el gil que hasta lo mea y lo caga, fue al baño, al sentarse, cae el aparatito al sanitario. Paisanito querido, no hay salud, ¿se imagina una llamada en ese momento y tener que embadurnarse con mierda para responder?   Es el colmo.

Yo creo que mejor, me voy  hacer memoria y recordar a mi tía Helena, que era más linda que la de Troya… ese será otro cuento.

Ah, la Maiga sigue hablando y gesticulando.


El Mirón de la Calle

El Mirón de la calle - Cuando llegan las noches de invierno

CUANDO LLEGAN LAS NOCHES DE INVIERNO

Por ahí vamos los que pasamos una extensa soledad en la vieja casa desguañangada, y sin afeites, pues lo años   como los que uno tiene también las destartalan.

Por cierto, cada vez que asomo al ante jardín, no falta esas consuetudinarias corridas de cortinas que delatan a la siempre sapa vieja del barrio que anda loriando que hace uno, suelo ver a más de una que no aguanta, y sale como que está barriendo, y no barre pero ni para su cumpleaños la casa.

El asunto pasa de la curiosidad malsana al pelambrillo habitual y sueltan las lenguas peor de largas que las que tienen las vacas y le descueran a uno hasta el alma. La Miriam "potito de alcachofa"   y la Putísima, como le dicen a esta deslenguada, aunque la vieja se llama Purísima. Bueno, tiene su cartel la "iñora"  a la que el pobre vecino Pinto adora, la sacó del prostíbulo del "Lola Puñales", la hizo señora y se la llevó a su casa humilde y muy decente.

Ambas me tienen entre ojos y lengua, una vez que me fue a ver la Rosa López   al segundo todo el barrio estaba enterado que a mi casa había entrado una "galla" re pituca y fruncida, encarterada y con bagatelas en el cuello simulando perlas cultivadas, pero si hasta el número de pie le habían calculado diosito lindo!.   Se le notan esos calzones que parecen hilos dentales, ya ve usted que las lengua de víboras, que me perdonen las víboras por la comparación, hasta rayos X tienen en los ojos que empelotan a cuanta fulana ven de las que viene a mi casa.

La Rosita me pasó a invitar al bautizo de su hija Fernanda de seis meses.

Oiga mi señora linda, esa si que fue fiesta, hasta me dio ganas de invitar a la Juana Mascarrieles, las mesas eran exageradamente grandes donde el comistrajo chorreaba de gusto pa' todos lados. ¡Chuatas!   Ahora me vengo acordar del viejo cuento de don  Joaquín Díaz Garcés (Anjel Pino) "El bautizo" que aparece en "Pájinas chilenas" que es una colección de artículos, narraciones y cuentos que el caballero escribió entre 1897 y 1907, que además cuenta con una serie de ilustraciones del famoso cura Pedro Subercaseaux. Claro, digo esto porque no faltará más de alguien que diga: mira el pelao   Mirón de la Calle, le copió a Díaz Garcés. 

Para evitar a los Fray Apenta de estos días, que por cierto no tienen la enjundia y el cacumen del viejo crítico literario y menos rozan siquiera la capacidad intelectual y crítica de Juan de Luigi.   Je… vaya, de dónde estos "críticos" de ahora van a llegar a los talones de los que ya nombré, habrán leído o sabrá algunos de ellos quién fue Omer Emeth, aaay, que Dios nos pille confesados.

Pero si, mi amigo conventillero, de que se comió se comió, y hubo comida hasta para chuparse dedos y bigotes, de esos mostos nuevos y chacolí de los mejores había en barriles de 500 litros, era como para que tomara un regimiento completo de sedientos. Quedaron secos. Eran tres los barrilitos.


Para que le cuento las de minas que había, si en verdad, para que andamos con cosas, andaban todas con esos calzoncitos de hilos dentales, que puchas que son tentadores. Era llegar y agarrar. Y como siempre, se armaron parejas momentáneas mientras duró el condumio. Si hasta el chico Tito agarró una vieja pituca y zangoloteó con ella.

Al medio día la cazuela de pava brillaba en su gordura, acompañada de papas chilotas, zapallo, porotitos verdes y chuchoca… luego venían si usted quería mi señor, chunchules fritas en sartén de cobre y claro con el favor de Dios y la Madre del cielo los perniles de chancho era cosa de comenzar a deslonjarlos para engullir, pollos fiambres, ensaladas surtidas con harto apio y paltas, que decirle como doraban los corderos al palo en el fogón especial que había en el patio, o esas ancas de vaquilla que soltaban el chorro jugoso que daba gusto.

Tres días duró la remolienda, es que cuando ya quedaron agotados los estómagos, bueno hubo que apurarle al chocolate caliente con leche, roscas si el Hernán Rivera Letelier no cabía en sí de puro gusto de tanto comer roscas el muy ladino, nos acordamos de los sábados en casa de la Lema y esa compañía especial donde estaba la Germana, la Bruja Abarca, la Soledad, y  para que le cuento como el negro Gaytán se puso más negro de puro apurarle al tinto y al asado. El Pelao Díaz quedó más hinchado que vejiga de toro. Todo el mundo comió hasta quedar tieso.  Los perros y gatos del barrio durmieron con placer una semana de tanto comer los restos de la pichanga descomunal.

El municipio, dispuso de un camión especial para recoger las basuras que quedaron del famoso bautizo de la Fernandita. Ya ve usted poh, como la soledad en el invierno de la vida lo hace a uno acordarse de cosas buenas.


El Mirón de la Calle.