sábado, 26 de enero de 2013
VIAJEROS
El tiempo transcurre inexorable, como un tren en loca carrera, como los astros que orbitan siguiendo la línea del destino que ha sido trazada desde el inicio de los tiempos.
Se han cumplido cuatro años desde la partida de Eduardo hacia los horizontes secretos e insondables cuyo misterio no podemos descifrar los que aún estamos a este lado de la línea invisible que separa la vida de la muerte.
Seguimos recordándote con cariño, con afecto y con nostalgia renovada. Sigues siendo ese faro que alumbra la noche de los que te quisimos. Continuamos leyendo tus textos dejados como excelsa e inapreciable herencia a tantos compañeros y amigos entre los que tengo el honor de contarme.
Quedan esas historias tuyas escritas y dedicadas a cada uno, con estos textos podemos rehacer y re-vivir parte de tus días, tus pesares e inquietudes, también tu alegrías y satisfacciones, para sentir que nunca te has alejado, que tu esencia sigue allí, en cada poema, en cada línea de tu prosa,
Quiero recordarte hoy con ese bello poema tuyo titulado VIAJEROS:
Asidos en el último momento a esa nube de polen
cargada de sueños con estrellas aterciopeladas
doradas de azafrán, va este amor nuestro,
frágil de cuerpo, fuerte el metal sólido del espíritu,
que una estampida de flores marcó de perfumes
plenos de vuelos que no cejan de seguir las
bandadas de peregrinas aves incansables
por devorar las distancias que no terminan nunca.
Siempre, estamos saliendo a encontrarnos
A EDUARDO DIAZ ESPINOZA
Les comparto el post que publiqué en "La Coctelera" cuando nos enteramos en "Comuniquémonos" (Nuestra red social en Ning.com) que nuestro amigo poeta y miembro de la red había muerto.
Eduardo:
Tu partida ha sido muy duro para mí.
En una ocasión te dije que te miraba como un padre y era
verdad, ahora me alegra que te lo dijera y que lo hayas sabido.
Un padre que va más allá de una simple relación filial; un
padre en todo el sentido ético que eso pueda significar.
Me siento orgulloso de vos por que fuiste un militante
comunista de los mejores; de los verdaderos que no se quedaron en el discurso
panfletario y que tuvo como paradigma fundamental la verdadera praxis
revolucionaria.
Pinochet ni nadie pudo doblegar tu palabra.
Siempre fuiste un espada filosa y acerada para combatir la
corrupción de donde viniera, sin etiquetas que la ocultaran en una fraseología
perversa.
Fuiste mentor literario de muchas generaciones de jóvenes;
ellos son tus hijos al igual que yo.
Muchas gracias por ser como fuiste: simplemente un amigo
militante.
Hasta la victoria siempre compañero.
Homero.
sábado, 19 de enero de 2013
DOS POEMAS: PREMONITORIO Y LA FRUTA DEL PÉNDULO
PREMONITORIO
La tarde despeja cortinas grises, en
cristales de ventanales oscuros,
la humedad de los presagios impregna
su plumilla artera en la cabeza de medusa.
Anuncios con tañidos lúgubres y ladridos
de perros furiosos, engrifando el gato
negro
de la noche, abriendo garras que sueltan
la ponzoña del miedo.
Se mueven los extraños seres
que corroen el interior de las vísceras,
éstas; gotean su drama, envueltas en
celofán de dolor, arqueando de amargor,
angustiosa lengua envejecida.
Se alzan blancos alfiles perdidos,
esa sábana espera,
se aprietan los minutos sin saber
cuando todo termina.
LA FRUTA DEL PÉNDULO
La gota destruye los hilos de la cordura,
deshilachándolos por los distintos pasillos
del laberinto, aúlla el animal indefinido
temblando la garganta al sabor del terror.
Martilla los sesos que tiemblan en un ramo
de floridas interrogaciones,
no hay respuestas, solo el golpe monocorde,
abre brechas de amplias alamedales heridas
de un fastuoso verde infierno.
La infame ronda, está allí,
escondida como escarabajo,
se mueve ardiendo sus artejos
cada espacio de carne lacerada,
está, acecha.
Cae la guadaña
es último brillo de su hoja
sangrienta.
Eduardo Díaz Espinoza
URANIA (Fragmento) JEAN-MARIE GUSTAVE LE CLEZIO
Inventé
un país
Era la guerra. Aparte de mi abuelo Julien, no había ningún hombre en casa. Mi madre era una mujer de cabellos muy negros, la piel del color del ámbar, unos ojos grandes bordeados de pestañas que parecían un dibujo al carbón. Ella pasaba mucho tiempo al sol, me acuerdo de la piel de sus piernas, brillante sobre las tibias, por las que me gustaba deslizar los dedos. No teníamos gran cosa que comer. Las noticias que nos llegaban eran muy alarmantes.
Era la guerra. Aparte de mi abuelo Julien, no había ningún hombre en casa. Mi madre era una mujer de cabellos muy negros, la piel del color del ámbar, unos ojos grandes bordeados de pestañas que parecían un dibujo al carbón. Ella pasaba mucho tiempo al sol, me acuerdo de la piel de sus piernas, brillante sobre las tibias, por las que me gustaba deslizar los dedos. No teníamos gran cosa que comer. Las noticias que nos llegaban eran muy alarmantes.
Sin embargo, conservo de mi madre en aquella época el recuerdo de una mujer alegre y despreocupada, que tocaba melodías en la guitarra y cantaba. Le gustaba leer también, y es de ella de quien he heredado la convicción de que la realidad es un secreto, de que es soñando cómo se está cerca del mundo.
Mi abuela paterna era muy distinta. Era una mujer del norte, de los alrededores de Compiègne o de Amiens, de un largo linaje de campesinos cerrados y autoritarios. Se llamaba Germaine Bailet, y ese nombre contenía todo lo que ella era, avara, terca, voluntariosa.
Era muy joven cuando se casó con mi abuelo, un hombre de otra época, un ex profesor de geografía que había dimitido para consagrarse al estudio del espiritismo.
Se aislaba en su escritorio a fumar cigarrillo tras cigarrillo de tabaco negro, leyendo a Swedenborg. Jamás hablaba de eso. Salvo una vez, cuando al verme leer una novela de Stevenson había dicho en un todo definitivo: “Harías mejor en leer tu Biblia”. Su contribución a mi crianza se detuvo allí.
Mi madre tenía un nombre único. Un nombre dulce y ligero, que evocaba su isla, y que se llevaba bien con su risa, sus canciones y su guitarra. Se llamaba Rosalba.
La guerra, es cuando se tiene hambre y frío. ¿Siempre hace más frío mientras duran las guerras? Mi abuela Germaine sostenía que las dos guerras que ella había conocido, la primera, la “Grande”, y la otra, la “cochina guerra”, habían estado marcadas las dos por veranos tórridos, seguidos de inviernos de espanto. Ella contaba que en el verano de 1914, en su pueblo, las alondras cantaban: “¡Este estío, este estío!” Y no fue hasta el día en que fijaron los carteles con la orden de movilización, a mediados de agosto, que los campesinos comprendieron.
Mi abuela no había hablado de pájaros que cantaran en el verano de 1939. Pero contaba que mi padre había partido en medio de una tormenta. Había besado a su mujer y a su hijo, se había alzado el cuello bajo la lluvia, y no había regresado jamás.
En la montaña hacía frío a partir de octubre. Llovía todas las noches. Los arroyos corrían por el centro de las calles, haciendo una música triste. Había cuervos en los campos de papas, mantenían una suerte de reuniones, sus graznidos colmaban el cielo vacío.
Vivíamos en el primer piso de una vieja casa de piedra, a la salida del pueblo. La planta baja estaba compuesta por una gran pieza vacía que antaño había servido de depósito, y cuyas ventanas fueron tapiadas por orden de la Kommandantur.
Es el olor de aquel tiempo lo que yo no puedo olvidar. Una mezcla de humo, de moho, un olor a castañas y a repollos, un algo de frío, de inquietante. La vida pasa, uno corre aventuras, se olvida. Pero el olor permanece, a veces resurge, en el momento en que uno menos lo espera, y con él regresan los recuerdos, la longitud del tiempo de la infancia, del tiempo de la guerra.
La falta de dinero. ¿Cómo la adivina un niño de cuatro, cinco años? Mi abuela Germaine hablaba de eso algunas tardes, mientras yo me dormía a medias sobre mi plato vacío. “¿Cómo vamos a hacer?
Hace falta leche, legumbres, todo cuesta caro.” No es dinero lo que falta, sino tiempo. Los medios para no pensar más en el tiempo, para no tener miedo del día que se acaba, del día que recomienza.
La sala de estar era la cocina. Las habitaciones eran sombrías y húmedas. Sus ventanas miraban a una pared rocosa, cubierta de musgo, en la que el agua parecía caer en continua cascada. La cocina estaba del lado de la calle, iluminada por dos ventanas sobre las cuales mi abuela, al caer la noche, fijaba papel azul para el toque de queda. Es allí donde pasábamos la mayor parte de la jornada. Incluso en invierno, siempre había sol. No teníamos necesidad de cortinas, porque no había nadie enfrente. La calle, en ese lugar, era la carretera que iba hacia las montañas. Por allí no pasaba casi nadie. Una vez por día, en la mañana, el esforzado autobús subía la cuesta con un ruido ahogado de gasógeno.
Cuando lo oía venir, yo me precipitaba a la ventana, para ver ese insecto de metal, sin nariz, cuyo techo estaba cargado de trastos atados con hilos debajo de las lonas. La parada del coche estaba un poco más abajo, sobre la plaza, delante del puente. Inclinándome yo alcanzaba a ver, por encima de los campos de hierbajos, los techos del pueblo y la torre cuadrada de la iglesia, con su esfera de reloj con números romanos. Nunca llegué a leer la hora, pero me parece que debía marcar siempre el mediodía.
La cocina, en primavera, se llenaba de moscas. Mi abuela Germaine sostenía que eran los alemanes quienes las habían traído.
“Antes de la guerra no había tantas.” Mi abuelo se burlaba de ella. “¿Cómo puedes estar segura? ¿Las has contado?” Pero ella no daba el brazo a torcer. “Ya en el 14 las vimos llegar. Los boches las traían en canastos, eran ellos quienes las soltaban, para desmoralizarnos.”
Para luchar contra los insectos, mi abuela desplegaba papeles adhesivos colgados de la ampolla eléctrica. Por falta de medios, ella utilizaba todas las mañanas el mismo rollo, que limpiaba cada noche. Pero al mismo tiempo sacaba el poco de cola que quedaba y muy pronto, tratándose de una trampa, el rollo les servía a los insectos más bien de pértiga. Mi abuelo, por su parte, tenía un método más radical. Armado de una palmeta veinte veces remendada, salía de caza todas las mañanas, y no aceptaba desayunar hasta que había derribado un buen centenar de moscas. El hule no era el escenario de esos combates. Mi abuela Germaine había prohibido terminantemente que se aplastase ninguna mosca sobre él, por razones de higiene.
En cuanto a mí, ese hule era el principal decorado de mi vida. Era una tela de las más ordinarias, bastante gruesa, de un brillo un poco aceitoso y que despedía un olor a azufre y a caucho, mezclado a los perfumes de la cocina.
Allí comía, dibujaba, soñaba y, en ocasiones, dormía. Estaba decorado con motivos que no sé si representaban flores, nubes u hojas, quizá todo eso a la vez. Allí mi abuela preparaba la comida con mi madre, picando las legumbres y los trozos de carne, pelando zanahorias y papas, nabos, topinambures. Mi abuelo Julien elaboraba allí la mixtura que fumaba, mezcla de trocitos de tabaco, matas de zanahorias secas y hojas de eucalipto. Al mediodía,cuando sus suegros hacían la siesta, mi madre Rosalba me daba la lección. Con el libro abierto, me leía las historias.
Después me llevaba a pasear hasta el puente, para mirar el río. La noche llegaba muy rápido en el invierno. Pese a los gorros de lana y a las pieles de cordero, estábamos siempre tiritando. Mi madre se quedaba un momento vuelta hacia el sur, como si esperase a alguien. Yo la arrastraba de la mano, para volver a la casa. A veces nos cruzábamos con niños del pueblo, con mujeres vestidas de negro. Podía ser que mi madre intercambiara algunas palabras. Para ganar un poco de dinero, por la noche cosía sobre el famoso hule. Yo creo que fue apoyado en ese mantel que por primera vez pensé en un país imaginario.
Estaba ese grueso libro rojo que leía mi madre, y que hablaba de Grecia, de sus islas. Yo no sabía lo que era Grecia. Tan sólo palabras. Afuera, en el frío corredor del valle, por la plaza de la iglesia, en las tiendas adonde yo acompañaba a mi madre y a mi abuela cuando iban a comprar leche o papas, allí no había palabras. Sólo el sonido de las campanas, el ruido de las galochas sobre el empedrado, gritos.
Pero del libro rojo salían palabras, nombres. Caos, Eros, Gaia y sus hijos, Pontos, Océanos y Uranos, el cielo estrellado. Yo los escuchaba sin comprender. Se trataba del mar, del cielo, de las estrellas. ¿Yo sabía lo que era eso? No los había visto nunca. No conocía otra cosa que los dibujos del hule, el olor a azufre, y la voz canora de mi madre que leía. En el libro fue donde encontré el nombre del país de Urania. Tal vez haya sido mi madre quien inventó ese nombre, para compartir mi sueño. Vi al enemigo. Digo “el enemigo” porque no sabía quiénes eran, ni de dónde venían.
Mi abuela Germaine los odiaba tanto que no pronunciaba jamás su nombre. Los llamaba los boches, los fritz, los teutones, los hunos. Decía solamente “ellos”. “Ellos” han llegado.
“Ellos” han ocupado un pueblo. “Ellos” cortan las carreteras. “Ellos” destruyen casas.
Era una amenaza, algo apenas real. La guerra no tiene sentido para los niños. Primero tienen miedo, después se acostumbran. Cuando se acostumbran es cuando todo se vuelve inhumano.
Yo pensaba en la guerra sin creer en ella. Cuando iba al pueblo con mi madre, recogía guijarros por la ruta. “¿Qué vas a hacer con eso?”, me preguntó ella una vez. Yo metí las piedras en mis bolsillos. “Son para arrojarlas”, dije. Mi madre debió preguntar: “¿Arrojarlas contra quién?”. Pero había comprendido. No me hizo más preguntas.
Ella nunca hablaba de todo aquello, de la guerra, de los enemigos. Ese era su juego: hablar de otra cosa, pensar en otra cosa. La angustia debía resultarle insoportable. Algunas veces, por la noche, en lugar de cenar, ella iba a acostarse en la oscuridad.
El libro rojo, Urania, las leyendas de Grecia, todo eso contaba más para ella que lo que pasaba en las montañas. Al mismo tiempo, todas las mañanas salía, iba hasta el final de la ruta en busca de noticias, a escuchar lo que se decía, en la panadería, en las tiendas. Como si mi padre fuese a aparecer en la entrada del pueblo, bruscamente, tal como desapareció.
Era el otoño. Los enemigos estaban en el pueblo. Había un ruido de motores. No el autobús a gasógeno con su jadeo sibilante.
Motores que hacían una música en dos tonos, uno agudo, otro más grave. Esa mañana me despertó el ruido. Estaba solo en la habitación, tuve miedo. Los muros y el suelo temblaban. En la cocina vi a mi madre y a mi abuela paradas en el ángulo de la ventana. Habían descolgado el papel azul, el sol entraba a raudales hasta el fondo de la cocina. Eso le daba a todo un aire de fiesta. Mi abuelo Julien se había quedado sentado en su sofá, miraba delante de sí, noté que sus manos temblaban un poco.
“Daniel.” Mi madre murmuró mi nombre, y su voz estaba diferente. Cuando me acerqué a la ventana, ella me apretó contra sí, como para hacerme un escudo. Yo sentía el hueso de su cadera contra mi mejilla, y hacía esfuerzos por ver, poniéndome en puntas de pie.
Afuera, a lo largo de la calle, una columna de camiones avanzaba lentamente, el ruido de sus motores hacía temblar los vidrios. Ascendían por la carretera, tan cerca unos de otros que se los habría tomado por un tren.
Desde donde estaba yo, arrinconado entre el muro y la cadera de mi madre, sólo veía los toldos y los cristales de los camiones, como si nadie fuese a bordo de ellos.
Miraba el largo desfile de camiones, oía el estrépito de sus motores, los vidrios que temblaban, quizá los latidos del corazón de mi madre, mi cabeza apoyada en su costado, el miedo que colmaba la estancia, el valle. Aparte del ruido de los motores, todo estaba vacío. Ninguna voz. ¿Ladraban los perros en los patios? Aquello duró mucho tiempo. El rugido de los camiones parecía que no iba a terminar nunca. El enemigo remontaba el valle, se hundía en la garganta de la alta montaña, rumbo a la frontera. El sol brillaba en la pared de la cocina. Por encima de nosotros, el cielo era azul, todavía un cielo de verano. Sin duda las nubes se amontonaban en el Norte, sobre las cumbres de las montañas. Las moscas, trastornadas un momento por la vibración de los motores, habían recomenzado su danza encima del hule. Sin embargo a mi abuelo Julien ni se le ocurría cazarlas. Permanecía sentado delante de la mesa, la luz le daba de lleno, estaba pálido y muy viejo, muy alto y delgado, sus ojos atravesados por la luz, dos canicas transparentes, grisazules.
No sé por qué, es esa imagen de mi abuelo la que conservo, se ha superpuesto a todas sus fotos. Tal vez sea el vacío de su mirada, la palidez de su rostro lo que me permite comprender la importancia del acontecimiento que estábamos viviendo, el enemigo que pasaba bajo nuestras ventanas parecido a un largo animal de metal sombrío.
Mario murió esa mañana. Mario era como mi hermano mayor, a veces jugaba conmigo en el patio detrás de la casa.
Era joven, un poco loco. Más tarde imaginé que estaba enamorado de mi madre, pero es una simple suposición, pues ella nunca ha dicho nada de eso. Yo estaba en la cama de mi abuela, ensoñaba mientras miraba los rayos de sol que pasaban por debajo de la puerta.
Todos se habían ido muy lejos. Yo oía una voz que lla≠maba a mi madre, con un acento quejumbroso: “¡Rosalba!”. El rostro de mi padre era oscuro, pero no como si estuviese en sombras. Ennegrecido por el humo, más bien. “¡Rosalba!” repetía la voz, pero no era una voz de hombre, en realidad era la voz de mi abuela. Una voz lenta, que se arrastra sobre las sílabas. A menudo tengo ese sueño. Mi padre se fue cuando yo era un bebe, y sin embargo estoy seguro de que es él el que aparece, en el marco de una puerta, y yo tengo un miedo muy grande de oír la voz que llama a mi madre. No le he hablado de esto a nadie.
Esa mañana, durante el sueño, oí una cercano. Eso fue lo que me despertó.
Después, ya no sé lo que pasó. Mi abuela ha regresado de darles de comer a sus conejos, en el patio. Ha escondido los conejos detrás de los haces de leña para que no se los roben. De cuando en cuando mata alguno, y luego lo desuella. Sabe hacerlo muy limpiamente.
Un día la he visto, en el patio. El conejo estaba colgado de un clavo en la pared, en el suelo había un charco de sangre, las manos de mi abuela estaban rojas.
Más tarde, mi madre volvió de las compras. Había comprado una hogaza de pan, leche en un tarro de hierro, algunos nabos con sus hojas para hacer un caldo. Apoyó las compras sobre la mesa. Mi abuelo Julien bebía su achicoria a grandes sorbos, aspirando ruidosamente.
Por lo general, mi abuela lo regañaba: “¡No hagas ese ruido, es muy molesto!”. Pero ella no decía nada. Mi madre parecía triste. La oí cuchichear con mi abuela, hablaban de Mario. Yo no comprendí inmediatamente. Fue más tarde, mucho más tarde, después de la guerra. Mario transportaba una bomba que debía colocar en el puente. Es la ruta que toman los enemigos para ir hacia los collados.
Cuando comprendí que Mario había muerto, me vinieron otra vez todos los detalles. La gente se lo contaba a mi abuela de todas las maneras posibles. Mario iba por el campo, un poco más arriba, a la salida del pueblo.
Escondía la bomba en una bolsa, iba corriendo. Tal vez se haya enredado los pies en un montículo de tierra, lo cierto es que se cayó. La bomba hizo explosión. No se encontró nada de él. Era algo maravilloso.
Era como si Mario se hubiese escabullido hacia otro mundo, hacia Urania. Después pasaron los años, un poco lo he olvidado. Hasta ese día, mucho tiempo después, cuando el azar me reunió con El joven más extraño que he conocido jamás.
Yo viajaba por el oeste mexicano, en un autobús que iba desde el puerto de Manzanillo hasta la ciudad de Colima. El autobús estaba atestado cuando subí a bordo, y me fui directamente al fondo, hacia el único lugar libre. No le presté atención a mi vecino inmediatamente, pero el autobús comenzó a rodar y él abrió la ventana corrediza a causa del calor. Me tocó el brazo para preguntarme por señas si el viento me molestaba. Como yo le respondí que al contrario me hacía bien, él esbozó una sonrisa y luego se puso a mirar por la ventana. Un momento después, volvió a girar hacia mí para decirme su nombre: “Raphaël Zacharie”. Yo me presenté: “Daniel Sillitoe”, y le tendí la mano. El muchacho vaciló antes de tomarla, y en lugar de estrecharla se contentó con tocar la punta de mis dedos con un rápido ademán.
Aparte de nuestros nombres, no se había pronunciado ninguna palabra.
Fue entonces cuando me di cuenta de la extrañeza de mi vecino de ruta. Para no tener que volver a ello, voy a trazar brevemente su retrato.
Llevaba
el cabello moreno muy corto, tupido y erizado como los pelos de un puercoespín.
Pero su rostro oscuro era redondo y suave, con rasgos indígenas, una nariz
fina, pómulos anchos, unos ojos negros en forma de almendra desprovistos de
pestañas y de cejas. Noté también la ausencia de lóbulo en su oreja.
Por
otra parte mi compañero parecía más interesado en el paisaje que en lo que
ocurría dentro del autobús. Permanecía inclinado hacia la ventana, con los ojos
fruncidos a causa del viento y del polvo, mirando desfilar las calles de la
ciudad, la gente en las veredas. El autobús hacía zumbar el motor, de cuando en
cuando la estridencia de la bocina resonaba contra los muros de los edificios.
Después
de la ciudad de Tecomán, atravesada dentro de una nube de polvo y de ruido, el
autobús comenzó a rodar por una garganta que remonta el curso seco del río
Almería. Luego trepó las laderas volcánicas.
Un poco más tarde, Raphaël me dirigió la palabra para mostrarme su reloj de pulsera, una cosa chillona con un cuadrante azul metalizado, de esos que venden ilegalmente en los accesos de los mercados.
La
pulsera también era de metal, hecha de eslabones dorados. El muchacho me habló
en español, con un acento un poco germánico. “Lo compré en manzanillo – me
explicó–. Es mi primer reloj.” Yo dije un poco estúpidamente, porque no sabía
qué responder, como un niño: “Es bonito. ¿Es un reloj a pila o a cuerda?”.
Raphaël me miró con un aire un tanto condescendiente. “Sabes, adonde yo voy no
hay nada eléctrico. Es a cuerda.” Raphaël se volvió.
Miró
por la ventana, pensé que yo había dejado de interesarle. Luego, un largo
momento después, me volvió a hablar. Me hizo preguntas sobre mi padre, sobre lo
que hacía. Yo le dije que mi padre había muerto durante la guerra, cuando yo
era un bebé, y que no me acordaba de él. Lo dije para simplificar. No podía
decirle que mi padre había desaparecido, que yo nunca había sabido lo que le
había ocurrido. “¿Y tu madre?” Vacilé antes de decirle: “Está vieja, yo creo
que ya no tiene ganas de vivir, va a tener que irse a una casa con otros
viejos, ya no sabe quién es”.
Raphaël
me miraba sin comprender. “Dices cosas extrañas. ¿Cómo es que se puede no tener
más ganas de vivir?” Y agregó: “Entre nosotros, la gente no es muy vieja, pero
todos tienen ganas de vivir. No se les ocurre irse a una casa con otros viejos,
esperan quedarse siempre con nosotros”.
Yo pregunté: “¿Dónde es, tu casa?”. No respondió enseguida. Después me dijo, y era la primera vez que yo oía ese nombre: “El lugar se llama Campos”. “Háblame de Campos”, le dije. Raphaël me miró con desconfianza. “Es un lugar como cualquier otro –respondió–. Allá no hay nada extraordinario. Es un pueblo, eso es todo.”
Yo pregunté: “¿Dónde es, tu casa?”. No respondió enseguida. Después me dijo, y era la primera vez que yo oía ese nombre: “El lugar se llama Campos”. “Háblame de Campos”, le dije. Raphaël me miró con desconfianza. “Es un lugar como cualquier otro –respondió–. Allá no hay nada extraordinario. Es un pueblo, eso es todo.”
El joven había cambiado de expresión. De repente tenía un aire de reserva, de hostilidad. Comprendí que mi pregunta le había molestado, que había percibido la curiosidad.
Sin duda no había sido yo el primero en notar su manera de ser, su aspecto físico, sus ropas. Debía tener la costumbre de alejar a los importunos.
Pensé
en otra manera de plantear mis preguntas que no fuese demasiado inquisidora,
pero él pareció adivinar mis intenciones, porque comenzó a decir: “Si realmente
quieres saberlo, yo nací en Québec, en Rivière-du-Loup. Cuando mi madre
falleció, mi padre me llevó a Campos, porque ya no podía ocuparse de mí”.
Se
detuvo un momento, creí que iba a continuar su historia, pero dijo: “Sabes, en
Campos tenemos una costumbre. Cuando los muchachos y las muchachas han crecido
(utilizó la expresión de los indios, desarrollado), tienen que dejar el pueblo
e ir adonde quieran, para ver el mundo. Hay muchos que van a las grandes
ciudades, a Guadalajara, o a México.
Los que tienen los medios se van a otros países, a los Estados Unidos o a Costa Rica. Yo quería ver el mar, porque he olvidado el mar desde que dejé mi país. Así que tomé el autobús para Manzanillo. Con el dinero que me han dado, compré muchos juguetes de plástico y los vendí en los mercados, o en las playas. Me compré un reloj. Ahora ya no me queda dinero, así que regreso a Campos. Eso es todo, no tengo nada más que decir sobre el asunto”. Parecía bastante contento de haber contado ese cuentito.
Y
a mí me costaba creérselo. Me daba la impresión de alguien muy astuto bajo una
máscara de ingenuidad infantil.
Tenía
respuestas preparadas, y las utilizaba según la circunstancia. “¿Y te gustó el
mar en Manzanillo?” Se distendió, recuperó su aire despreocupado.
“Es
magnífico –dijo–. Es grande, muy grande, y las olas caen sobre la playa todo el
tiempo, de día, de noche, ¿de dónde vienen?”
Me
miraba con ojos brillantes. Comprendí que aquella no era una manera de hablar,
sino de plantear la pregunta realmente. “No sé –respondí–. Del otro lado del
mundo, de la China o de Australia, supongo.”
Mi
respuesta no le satisfizo. Entonces volvió a hablar de Campos. “Sabes, Campos,
allá donde yo vivo, es un pueblo muy pequeño, en el extremo de un valle, con
una montaña muy alta encima.
Al principio, cuando yo llegué, creía que más allá de esa montaña no había nada, creía que era el fin del mundo. Pensaba en mi país, en Rivière-du-Loup, quería escaparme para volver allá. Después me olvidé, me acostumbré a vivir sin mi padre.
Al principio, cuando yo llegué, creía que más allá de esa montaña no había nada, creía que era el fin del mundo. Pensaba en mi país, en Rivière-du-Loup, quería escaparme para volver allá. Después me olvidé, me acostumbré a vivir sin mi padre.
Estuve
contento de ir a Manzanillo, de ver la ciudad con toda la gente, de ver el mar,
al anochecer me sentaba en la playa y miraba las olas.”
El
autobús escalaba la montaña por una ruta en zigzag. Ya no se veía el lecho del
río Armería, ni las planicies áridas.
Editorial
El cuenco de plata.
10.10.2008
JUAN JOSÉ MILLÁS PREMIO NACIONAL DE NARRATIVA 2008 EN ESPAÑA
Por su novela 'El Mundo'
"Hay novelas que nacen con
gracia"
MADRID,
13 Oct. (EUROPA PRESS)
El
periodista y escritor Juan José Millas, galardonado hoy el Premio Nacional de
Narrativa 2008 por su novela 'El mundo', que también obtuvo el Premio Planeta
2007, asegura que hay novelas "que nacen con gracia".
"Quiero
suponer que esta novela está bien desde el punto de vista literario; aquí se
incluye la belleza formal, y la pertinencia de los contenidos", explicó el
autor tras conocer la noticia del premio.
Contento
y sorprendido-- Millás reconoció que no sabía que se fallaba hoy el Premio
Nacional de Narrativa, ni que estaba entre los finalistas-- el autor y
periodista consideró este galardón es "regalo espléndido en un lunes por
la mañana"."Teniendo en cuenta el jurado que participa en este
premio, con representantes de distintas instituciones, la universidad,
academias o suplementos literarios, es un jurado intachable y merece todo el
respeto", declaró.
'El
mundo' es una novela de corte autobiográfico o como el propio Millás señala una
"biografía novelada", que rescata los recuerdos del autor de una
adolescencia y juventud, marcada por su traslado desde Valencia, que
consideraba "un paraíso", a Madrid, "un destierro
mesetario".
"Con
un material autobiográfico puedes hacer una basura o puedes hacer una cosa
bella, pero quiero suponer que he hecho una cosa que esta bien o al menos
pasable", alegó este escritor y periodista, colaborador habitual del
diario 'El País' y autor de las novelas 'El desorden de tú nombre', 'Visión del
ahogado', 'El Jardín vacío' o 'La soledad era esto', entre otras.
"Fue
una infancia dolorosa pero sobre todo he puesto el acento en lo fabuloso de lo
cotidiano", asegura Millás, quien con 'El mundo' ha conseguido crear un
híbrido entre la confesión y las memorias en donde el autor no muestra aspectos
de orden costumbristas, sino "cómo un niño percibe el mundo ajeno y
extraño", aseguró.
UNA
METÁFORA DEL MUNDO
El
escritor construye su historia en una calle madrileña y que es "una
metáfora del mundo" y con los años aprendió que la escritura, era como el
bisturí de su padre, que "cicatrizaba las heridas en el instante de
abrirlas".
"Siempre
he estado muy seguro de esta novela", confesó Millas, quien aclaró que un
autor no siempre "está seguro de lo que escribe". Por eso dejó
"dormir" en un cajón esta novela durante dos años, para comprobar su
valía y vigencia. "Cuando la volví a leer como si fuera de otro, comprendí
que siempre había estado muy seguro de ella", recalcó.
Al
escritor le atrae la infancia porque a los niños "no les da vergüenza
mostrar su extrañeza" y asegura que cualquier lector que coja esta novela
sabrá si le atrae "al leer las tres primeras líneas". "Yo creo
que este libro lo tienen que leer aquellos lectores a quienes está
destinado", indicó.
UN
PRÓXIMO LIBRO DE CUENTOS
Millás
está a punto de embarcarse para la promoción de su próxima obra, un libro de
cuentos, pero advirtió que no abandonará el periodismo, con el que asegura
"experimenta mucho" y le produce una "gratificación
inmediata".
El
Premio Nacional de Narrativa que concede el Ministerio de Cultura está dotado
con 20.000 euros y tiene como finalidad distinguir la mejor novela publicada,
en este caso en 2007, tanto en castellano como en cualquiera de las otras
lenguas cooficiales del Estado.
El
Jurado ha estado formado por José Antonio Pascual Rodríguez, propuesto por la
Real Academia Española; Euloxio Rodríguez Ruibal, por la Real Academia Gallega;
Arantza Urretabizkaia Bejarano, por la Real Academia de la Lengua Vasca; Carme
Arnau Faidella, por el Instituto de Estudios Catalanes; Antonio Gómez Rufo, por
la Asociación Colegial de Escritores (ACE); Carlos Galán Lorés, por la
Asociación Española de Críticos Literarios; José Lara Garrido, por la Conferencia
de Rectores de Universidades Españolas; Tomás Hoyas Díez, por la Federación de
Asociaciones de Periodistas de España (FAPE); José María Pozuelo Yvancos por el
Ministerio de Cultura; y los dos últimos ganadores, Vicente Molina Foix y
Ramiro Pinilla García.
Actuó
como presidente el director general del Libro, Archivos y Bibliotecas, Rogelio
Blanco, y como vicepresidenta, la subdirectora general de Promoción del Libro,
la Lectura y las Letras Españolas, Mónica Fernández.
13/10/08
Discurso
pronunciado por Camus cuando se le entregó el Premio Nóbel de Literatura en
Estocolmo en 1958
Publicado por Isaías Garde
Al recibir la distinción con que
vuestra libre academia ha querido honrarme, mi gratitud es tanto más profunda
cuanto que mido hasta qué punto esa recompensa excede mis méritos personales.
Todo
hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que él es o
quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer vuestra decisión me fue
imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre
casi joven todavía rico sólo de dudas, con una obra apenas en desarrollo,
habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad,
podría recibir, sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto,
y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de ánimo podría recibir ese honor al
tiempo que, en tantas partes, otros escritores, algunos entre los más grandes,
están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natral conoce
incesantes desdichas?
Sinceramente
he sentido esa inquietud y ese malestar. Para recobrar mi inquietud y este
malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme a tono con
un destino harto generoso. Y como me era imposible igualarme a él con el sólo
apoyo de mis méritos, no ha llegado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha
sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea
que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitidme que,
aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, os diga, con la
sencillez que me sea posible, cuál es esa idea.
Personalmente,
no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda
otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario, es porque no me separa de
nadie y que me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el
arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de
hombres ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes.
Obliga, pues al artista a no aislarse; muchas veces he elegido su destino más
universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas
porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su
diferencia sino confesando su semejanza con todos.
El
artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo a los demás;
equidistantes entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de
la cual no puede desprenderse. Por eso los verdaderos artistas no desdeñan
nada; se obligan a comprender en vez de juzgar, y sin han de tomar un partido
en este mundo, este sólo puede ser el de una sociedad en la que según la gran
frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o
intelectual.
Por
lo mismo, el papel del escritor es inseparable de difíciles deberes. Por
definición, no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al
servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta
de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no
le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre
todo, si lo consintiera. Pero el silencio de un prisionero desconocido, basta
para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos, que logra, en medio
de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trata de
recogerlo y reemplazarlo para hacerlo valer mediante todos los recursos del
arte.
Ninguno
de nosotros es lo bastante grande para semejante vocación. Pero en todas las
circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por
la tiranía o libre de poder expresarse, el escritor puede encontrar el
sentimiento de una comunidad viva, que le justificara a condición de que
acepte, en la medida de lo posible, las dos tareas que constituyen la grandeza
de su oficio: el servicio de la verdad y el servicio de la libertad. Y pues su
vocación es agrupar el mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a
la mentira y a la servidumbre que, donde reinan, hacen proliferar las soledades.
Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro
oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa
a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión.
Durante
más de veinte años de una historia demencial, perdido sin recurso, como todos
los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el
sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y
obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, esencialmente, tal como yo era y
con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma
historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres -nacidos al comienzo de la
primera guerra mundial, que tenían veinte años a tiempo de instaurarse, a la
vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, y que para
poder completar su educación se vieron enfrentados luego a la guerra de España,
la segunda guerra mundial, el universo de los campos de concentración, la Europa
de la tortura y las prisiones -se ven obligados a orientar sus hijos y sus
obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie
pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta que llego a pensar que debemos
ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que,
por un exceso de desesperación, han reivindicado el derecho y el deshonor y se
han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de
nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se
consagran a la conquista de una legitimidad. Les ha sido preciso forjarse un
arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y
luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en
nuestra historia.
Indudablemente,
cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo,
que no podrías hacerlo, pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que
el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida en la que se mezclan
revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las
ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden destruirlo todo,
no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio
del odio y de la opresión, esa generación ha debido, en sí misma y a su
alrededor, restaurar, partiendo de sus amargas inquietudes, un poco de lo que
constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración,
en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el
imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra
el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la
servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y reconstruir con
todos los hombres una nueva Arca de la alianza. No es seguro que esta
generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por
doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor
de la verdad y de la libertad y que, llegado al momento, sabe morir sin odio
por ella.
Es
esta generación la que debe ser saludada y alentada donde quiera que se halla
y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra segura
aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.
Al
mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo
situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que
comparte con sus compañeros de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero
apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista
de todos; atento siempre al dolor y la belleza; consagrado, en fin, a sacar de
su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el
movimiento destructor de la historia.
¿Quién,
después de esos, podrá esperar que el presente soluciones ya hechas y bellas
lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar
de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir como exaltante.
Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando
por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino.
¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse predicador de virtud? En
cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido
renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero
aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente
me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme,
decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el
mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres
momentos de felicidad y esperanza de volverlos a vivir.
Reducido
así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis deudas y también a
mi fe difícil, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y
generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para
deciros que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que,
participando en el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y, en
cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me resta daros las
gracias, desde el fondo de mi corazón, y haceros públicamente, en prenda de
personal gratitud, la misma y vieja promesa de felicidad que cada verdadero
artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.
Albert Camus,
"La misión del escritor", en Antología de visionarios implacables,
Buenos Aires, Mutantia, pp.20-23
13/10/08
MURTEGUISMO SIGUE SU POLÍTICA PERSECUTORIA
El proyecto de
concentración arbitraria de poder a largo plazo del presidente de Nicaragua
Daniel Ortega, en lo que cada vez más asume el carácter de una dictadura
familiar, ha llevado en los últimos meses a la clausura de partidos políticos y
malversación de las reglas electorales, a la represión a garrotazos de
manifestaciones opositoras por medio de fuerzas de choque, a la persecución de
artistas y escritores como el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal y los hermanos
Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, a la presión contra canales de televisión
independientes para cancelar programas de opinión críticos al régimen, como
ocurrió con "El 2 en la Nación", y a juicios amañados contra
directores de medios de comunicación, como ha ocurrido con los director del
diario La Prensa, todo en medio de una campaña intimidatorio de injurias,
difamación y calumnias en contra de los periodistas independientes y de los
dirigentes de organizaciones políticas y civiles.
El último en
esta lista es el periodista Carlos
Fernando Chamorro, hijo de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, el
valiente director del diario La Prensa asesinado por la dictadura de la familia
Somoza en 1978. Carlos Fernando dirige en Managua el programa de televisión
Esta Semana, que se transmite por el canal 8 y goza de amplia credibilidad por
su independencia y profesionalismo, y preside también la Fundación Cinco,
dedicada a promover investigaciones sobre comunicación, cultura y
democratización, y a promover el periodismo investigativo.
En junio del
año pasado, Carlos Fernando presentó en Esta Semana una investigación
periodística demostrando la existencia del primer gran caso de corrupción en el
gobierno de Ortega: una millonaria extorsión extrajudicial fraguada desde la
Secretaría del partido FSLN, donde también opera la Casa Presidencial. La
Fiscalía enterró el caso en la impunidad; el empresario que denunció la
extorsión fue condenado por injurias y calumnias, y el diputado Alejandro
Bolaños, que respaldó la denuncia, fue despojado arbitrariamente de su escaño legislativo.
Desde entonces
Carlos Fernando fue sometido a una campaña de difamación en la televisión y la
radio oficial, que controla Rosario Murillo, la esposa de Ortega, atribuyéndole
delitos tales como los de "narcotraficante, asociación para delinquir,
agresor de campesinos y mafioso roba-tierras", en un franco afán de
intimidarlo y callarlo. Ahora, se le ha abierto causa por "lavado de
dinero".
El Ministerio
de Gobernación ha acusado a Cinco, y por tanto a Carlos Fernando, de
"triangulación y lavado de dinero" por haber suscrito un convenio con
el Movimiento Autónomo de Mujeres (MAM), organismo que ha condenado la
prohibición del aborto terapéutico establecido en las leyes por el régimen de
Ortega, convenio financiado por ocho gobiernos europeos y administrado por
OXFAM de Inglaterra, con el propósito de promover "la ciudadanía plena de
las mujeres".
La médica
argentina Ana María Pizarro, reconocida en Latinoamérica por su compromiso en
la defensa de los derechos de las mujeres, pidió protección a la Cancillería de
Argentina para ella y su hijo de 13 años, y denunció que está siendo víctima de
una serie de acciones persecutorias de parte del gobierno de Nicaragua, al
igual que otras ocho líderes feministas de ese país. Pizarro vive hace 28 años
en Managua, y en 1996 adoptó la nacionalidad nicaragüense. “Me fui de la
Argentina perseguida durante la última dictadura militar y ahora vivo el
hostigamiento del régimen de Ortega”,
En los últimos
días, organizaciones de mujeres, de derechos humanos y sociales de distintos
países de la región iniciaron una “denuncia internacional de las acciones
persecutorias desarrolladas por parte del gobierno de Nicaragua” contra
feministas.
La esposa de
Ortega se había adelantado a señalar este convenio como el "el fondo
satánico" y "Los fondos del mal". El caso ha pasado a la
Fiscalía General, que decide las acciones penales en contra de los ciudadanos,
y Carlos Fernando fue sometido ya a un extenso interrogatorio por los fiscales
designados para llevar el caso.
Carlos Fernando
ha declarado: "al no existir una base legal sobre esta investigación,
tengo la convicción de que el gobierno está intentando armar un caso jurídico
para justificar una acción de represalia política, que ya fue decidida en las
más altas esferas del poder, contra Cinco y sus directivos, así como contra
periodistas, medios de comunicación, y organizaciones de la sociedad civil, que
en base a sus derechos constitucionales ejercen una labor crítica sobre la
gestión del gobierno."
Posteriormente,
la Fiscalía General, valiéndose de la orden fabricada de un juez de los que
obedecen a Ortega, consumó un allanamiento policial violento a las oficinas en
que funciona la Fundación Cinco. En el operativo fueron utilizados más de 40
policías que acordonaron la zona con cintas de "escena del crimen",
se rompieron las puertas, y en un allanamiento y operación de cateo que duró 15
horas, fueron secuestrados los archivos de la organización, más de 15.000
folios, y cinco computadoras, de las que no se revisó su contenido, con lo que
estos pueden ser falseados. Lo mismo fue hecho en la sede del Movimiento
Autónomo de Mujeres.
Llamamos a la
comunidad internacional a denunciar estos hechos que sólo demuestran el camino
que Nicaragua lleva hacia la dictadura bajo el régimen de Ortega, y a
solidarizarse plenamente con el periodista Carlos Fernando Chamorro, amenazado
con la cárcel, quien igual que su padre defiende el derecho a la libre
expresión frente a la brutalidad del autoritarismo.
21.10.2008
sábado, 12 de enero de 2013
CRECE APOYO EN TODO EL MUNDO A ERNESTO CARDENAL
CRECE APOYO EN
TODO EL MUNDO A ERNESTO CARDENAL
Cantautor español apoya a Carlos Mejía y Ernesto Cardenal
Joaquín Sabina en solidaridad
Joaquín Sabina en solidaridad
El prestigioso
cantautor y poeta español, Joaquín Sabina, se sumó en solidaridad con el
cantautor nicaragüense Carlos Mejía Godoy, quien junto a su hermano, Luis
Enrique Mejía Godoy, prohibieron en junio de este año, el uso de sus canciones
para fines de propaganda política, tanto al gobierno de Nicaragua, como al
partido de gobierno.
Sin embargo, esta demanda ha sido
irrespeta e ignorada, violando así los derechos intelectuales que establecen
plenas garantías a los autores sobre sus obras de creación personal; y también,
violando el artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de1948,
que indica: “Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses
morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones
científicas, literarias o artísticas de que sea autora”.
Apoyo a Cardenal
Joaquín Sabina también se solidarizó con
el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, a quien, por venganza política de la
pareja presidencial, el juez danielista David Rojas, le impuso el 22 de agosto
de este año, una condena “absurda” por cargos de injuria contra el empresario
turístico alemán Inmanuel Zerger.
“Quiero expresar mi solidaridad con la
causa de Carlos Mejía Godoy, así como también con la de Ernesto Cardenal y me
pongo a vuestra disposición para lo que hiciere falta”, expresó Sabina en un
correo.
Por su parte, Ernesto Cardenal afirma
que, todo este montaje del gobierno se trata de una persecución política y que
la condena es injusta porque él, en diciembre de 2005, ya había sido absuelto
en esa misma causa por otro juez.
Actualmente Cardenal tiene embargadas sus
cuentas bancarias, mismas que tienen un fondo destinado a niños con cáncer, a
quienes él ofrece talleres de poesía semanalmente.
“Me han quitado todo el dinero, pero
también me quitaron un dinero que es de los niños con cáncer, con quienes yo
tengo talleres de poesía”, denunció el poeta.
Esta voz, vital e imprescindible de
Joaquín Sabina, llega en un momento oportuno, mientras en Nicaragua se ha
despertado una dictadura institucional y donde el Poder Judicial es usado para
atacar, intimidar y perseguir a quienes denuncian y critican la corrupción y el
autoritarismo de la pareja presidencial.
El poeta y cantautor Joaquín Sabina nació en Ubeda (Jaén), España, en 1949. Se inició escribiendo versos a los catorce años. En 1968 inicia estudios en la Universidad de Granada, pero los deja poco después para exiliarse en Londres, donde vivió como okupa y colaboró con otros exiliados en movimientos culturales y teatrales.
En 1975 comienza a componer canciones y a
tocar en locales. En 1977, tras la dictadura, regresa a España, donde tiene que
realizar el servicio militar. Por fin, en 1978, se publica el primer disco de
Sabina, 'Inventario', consiguiendo el número uno con el tema 'Pongamos que
hablo de Madrid'.
A continuación, Joaquín Sabina edita
'Malas compañías' y el álbum grabado en directo 'La mandrágora', con los que
provoca un pequeño escándalo debido a los temas que toca en sus canciones.
Recordemos que en España se acababa de salir del fascismo y en el aire quedaban
restos de viejos olores.
Sus personajes preferidos son aquellos
que nunca triunfarán: los borrachos, las prostitutas, los ladrones de barrio...
Le gusta hablar de aquello que va contra las reglas y contra lo que se
considera 'moralmente correcto'.
En 1983 Sabina publica 'Ruleta rusa' y
dos años después 'Juez y parte'. Sus inquietudes políticas le llevan a
participar en la campaña anti-Otan. Trabaja con Viceversa en el disco 'Joaquín
Sabina y Viceversa'.
En 1987 se publica 'Hotel, dulce hotel',
que resultó un gran éxito de ventas en España. Éxito que repitió al año
siguiente con 'El hombre del traje gris', que le sirvió para dar una gran gira
por Sudamérica.
En 1990 publica 'Mentiras piadosas' y en
1992 'Física y química', con el que obtuvo unos espléndidos resultados y que le
llevó de nuevo a recorrer el continente americano.
Consigue nuevos éxitos, uno con 'Esta
boca es mía' y 'Yo, mi, me, contigo'. En su trabajo '19 días y 500 noches', a
pesar de notarse en su voz los excesos cometidos con el tabaco, nos presenta un
álbum lleno de muy buenas canciones.
Tras recuperarse de una grave enfermedad,
nos trajo un nuevo disco de estudio: 'Dímelo en la calle'. Grabado entre
octubre del 2001 y septiembre del 2002, la producción fue realizada por dos
fieles colaboradores y conocedores de Joaquín Sabina, como son Antonio García
Diego y Pancho Varona. El disco cuenta con la colaboración de Pasión Vega a los
coros de "La canción más hermosa del mundo" y la de Santiago Segura
que canta a dúo con Sabina "Semos Diferentes", canción que se incluye
como Bonus Tracks. En total 14 canciones entre las cuales encontramos un son en
"Ya Eyaculé", un tango en " Yo también se jugarme la boca"
o un rock en "Vamos pa'l Sur".
En 2003 Joaquín Sabina publica
"Diario de un peatón", un doble CD que incluye su disco "Dímelo
en la calle" y otro CD con 12 nuevas canciones y sus dos últimos
videoclips en una pista multimedia interactiva. Todo en un formato de lujo con
un libreto ilustrado por el propio Sabina.
En 2005, después de tres años volcado en
su actividad literaria y poética, en los que Joaquín Sabina no ha grabado
ningún material nuevo, reaparece rodeado de un grupo de excelentes
colaboradores. El título del nuevo trabajo de Joaquín Sabina es "Alivio de
luto", en el que además se incluye un DVD con entrevistas y versiones acústicas
y caseras. Fuente: todomusica.org
Ingrese a poetas contra la dictadura y de su apoyo a Ernesto
Cardenal (La Guerra 33)
Publicado en www.poetascontraladictadura.blogstpot.com
Managua, Nicaragua. Septiembre 12, 2008.
Managua, Nicaragua. Septiembre 12, 2008.
Querido Ernesto:
Me entero de la miserable campaña que
algunos desalmados están conduciendo contra ti en tu propio país del que eres
el representante más noble y más digno. Encarnas un ejemplo de entereza
política que no se ha doblegado ni ante la tiranía somocista ni ante la
soberbia del Vaticano. Por tu humildad, tu modestia y tu inquebrantable
temperamento constituyes un modelo para todos aquellos y aquellas que luchan,
sin traicionar nunca principios, en favor de los desfavorecidos. Y quisiera
expresarte mi total solidaridad en este penoso momento.
Te ruego me digas de que modo podría serte lo más útil. Sabes que puedes contar conmigo y con millones de amigas y amigos por el ancho mundo que te admiran como creador, como poeta, como militante, como revolucionario y como indómito resistente. Un fuerte abrazo solidario.
Ignasio Ramonet
Director de “Le Monde Diplomatique”
Director de “Le Monde Diplomatique”
21.10.2008
GALLO, LA REVISTA LITERARIA DE LORCA, VUELVE A PUBLICARSE 80 AÑOS DESPUÉS
Dibujo original de Federico García Lorca |
La revista literaria "Gallo", impulsada por Federico García Lorca, vuelve a ver la luz gracias a una edición facsímil promovida por el Patronato de la Alhambra y el Generalife y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales con motivo del 80 aniversario de su aparición.
Se han
reproducido los dos únicos números publicados en 1928, así como el suplemento
humorístico "Pavo", a partir de los ejemplares que se conservan en la
biblioteca de Luis Cernuda, ha informado hoy el Patronato.
La revista debió
su nombre al gallo armado con escudo y espada nazaríes utilizado como logotipo
en el periódico "El defensor de Granada", revisado por Salvador Dalí
y caligrafiado por Lorca.
Pese a su
efímera vida, la publicación aglutinó las líneas argumentales más interesantes
de la literatura y de las artes plásticas del momento, que coinciden en
reivindicar un Arte Nuevo para su tiempo, lo que convirtió a sus dos números en
expresión de la controvertida vanguardia española.
La edición del
facsímil coincide con la exhibición en Madrid de la exposición "Gallo.
Interior de una revista. 1928", que ha sido visitada en el Palacio de
Carlos V de la Alhambra por más de 90.000 personas.
La exposición,
que permanecerá en la Residencia de Estudiantes hasta el 30 de noviembre,
recorre la historia y la gestación de la revista a través de más de 170 piezas
originales como cartas, manuscritos, fotografías y documentación diversa
procedente de diferentes colecciones públicas y privadas.
24/10/08
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