Una niñas hermosas, un joven saludable tras el padre que
sonríe como la Gioconda, aguantado, temblándole la garganta.
"Estamos tristes pero orgullosos de la nobleza de
nuestro padre" Hermoso sentimiento y amor filial.
Aunque el orgullo es un pecado.
A lo largo de mi vida he visto tantos rostros. Pero, los que
más me han impresionado han sido los de esos jóvenes hijos de mis amigos y
compañeros.
Ellos, lloraron por dentro, nunca pudieron decir a su padre,
al de cada uno de ellos, ese orgullo que sintieron por la varonía y estoicismo
de sus progenitores.
Padres desaparecidos, tipos cabalmente nobles.
Por esos padres, los Legionarios de Cristo, no creo que
alguien de ellos o ellas, diga una oración.
El padre de esas jóvenes que lloraban, el muy
"noble" señor, nunca ignoró que durante la dictadura se cometieron
atroces crímenes.
Pero, va a misa, reza y comulga.
A Dios rogando y con el mazo dando, tal como lo hicieron
tantos curas en la guerra civil española que con sus enormes crucifijos, daban
con éstos sobre las cabezas de los agónicos.¡Cómo ocuparon la imagen del hijo
de Dios!
Luego, hacían sobre estos muertos, con sus manos
ensangrentadas; una cruz en el aire.
Me conmovieron esas jóvenes, sí, no puedo negarlo, sentí
pena.
Y todavía siento pena por los miles de hijos de detenidos
desaparecidos que no pudieron siquiera ver los despojos momificados de sus
seres queridos. Nunca más vieron a sus padres.
Les parece.
Eduardo Díaz Espinoza.
Publicado en "La Coctelera"
Diciembre 2005
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