Se ha astillado el
vaso,
el cristal, roto,
ha dejado
millares de
luciérnagas esparcidas.
Semejan luminosas
lágrimas
caídas
intermitentes
desvaneciéndose en
las mejillas del suelo.
¡Y cuántos colores!
Todos navegan en
esos ojos semihumanos,
sombríos, que
brillan en el longíneo cuerno
de la distancia, de
duro mármol,
en el que el viento
de la soledad
han construido
deformidades hermosas
que mutilaron de
llagas el alma.
Muerde el sol de la
ceguera
como una hormiga
tenaz;
que abre un espejo
cóncavo
estimulando una
muchedumbre de bestias
que sueltan desde
sus risas los deseos reprimidos.
04.11.2006
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