Invierno, ya
ves, obscurísimo, soy,
plaza fría de
árboles mutilados,
fondo que
cobija soledad, esa llama fría,
seda de helada
espesura volcando su aire
corrosivo
arrastrado por mis huesos
su aliento
lacerante. Ella impregna las palabras
de un vidrio
barroso que alguna vez fue polvo
tocado por
aguas canoras.
Se desfoga
agudeza y fantasía,
anunciando la
hora nona de las fábulas
donde laten
los ojos de Dios, la boca de Luzbel
vomita
maravillas; y, un perro arestiniento
lame piadosamente,
la lápida con mi nombre,
ya pasarás,
por allí, un día de estos,
como esas
ventoleras arrasantes
borrando mis
vestigios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario