domingo, 5 de enero de 2014

Los condenados allá en la pampa

LOS CONDENADOS ALLÁ EN LA PAMPA

En el interior aquel; resonaba igual como piedras que caen por una cascada, el permanente ser. Tal vez echar a correr atrás los almanaques. El pasado, que fue futuro alguna vez, para poder reordenar todo.

Desde el uno de enero al treinta y uno de diciembre, desenjaular los espacios gratos para iniciar un doblamiento de sonrisas, risas y alegrías. Luego antes, amarrar los monstruos del dolor, la pena, la rabia, el resentimiento, el desamor y el llanto.

En eso estaba Morelio dando vueltas en vértigo a sus disparatadas ideas que no compartía con nadie y que sólo las decía para sí mismo. Las nostalgias se le venían encima leyendo la célebre novela "La Reina Isabel Cantaba Rancheras", de otro pampino: Hernán Rivera Letelier.

Solía creer que la arena se hace líquida mientras más se mira, sobre todo al medio día de espejismos en medio de la inmensidad desértica del despoblado, ésta, se mueve a un compás similar al de las olas del mar.
Por esos lomajes como aguas en movimiento, solían verse jugando niños como sonámbulos bajo la temperatura cercana a los cuarenta grados y ni una sola brisa o sombra se podía otear desde donde se mirara, niños vestidos estrafalariamente con desechos de ropas dados de baja en el ejército: era los llamados "niños milicos".

Al recordar todo eso, repasar por los más profundos detalles de esa vida infantil, a Morelio se le caían las lágrimas a causa de los luctuosos recuerdos. Sí, él, era un sobreviviente en ese mundo espantoso en donde cualquier niño al que se le daba leche: moría. Efectivamente, desde el nacimiento estaban signados con el estigma del hambre tras la breve lactancia de leche materna. Breve por lo agotadas que estaban las tetas de las madres de ese espacio pampino. Mujeres que constantemente vivían en ese mundo de sonajeras de tripas al vaivén del hambre. Hambre desgarrante desde que despertaban hasta que volvían a sus jergones sobre toscas de caliche y un cinc cubierto con restos de mantas y sacos de aspillera en que traían las papas desde Coquimbo. Allí también florecía cada noche el amor, casi bajo las estrellas que se introducían por las hendijas de las chozas, en noches crudas de frío desértico.
Así pues; "en la vida hay mil males y diez mil amarguras" (Ho Chi Minh).
El campamento salitrero siempre fue algo provisional donde vivió la gente, cerraba la salitrera y se levantaba un campamento en otro lugar."De construcción ligera y momentánea, como si fuera a ser mudable en breve plazo" ("Los obreros del salitre", Dr. Lautaro Ponce – Galvarino Ponce). Un conjunto de miserables "viviendas". Por otro lado las máquinas nuevas y relucientes, eran mejor cuidadas y protegidas que la gente.

Así: "El combo caía recio sobre la cuña que mordía el peñón de caliche" ("Jai-von", David Rojas González). Golpe que daba el bravo hombre del desierto, el Pampino. Es curioso leer tantas reminiscencias de la pampa como jolgorio de vidas pasadas en el que muchos ex obreros recuerdan emocionados esos brutales tiempos, pero como si todo hubiera sido un bienestar. "Así recuerdo a mi pampa", ¡diablos! ¡Qué mierda!, y todavía añorando esa noche que quedó atrás, como si hubiera sido todo festivo.
Nadie de estos alegres recordantes, conserva en su memoria a esos bebés que luego de ser destetados, muchos de ellos mismos lo fueron, su dieta consistía en mamaderas de té con alguna yerba (menta o paico). Que la comida era un deslavado caldo de huesos hediondos que a bajo precio se compraba en la pulpería, tal vez lo único más barato. Huesos verdes, semi podridos. Hambre, como en ese libro de Knut Hamsun. HAMBRE, esa es la palabra exacta que golpeaba a martillazos con los ardientes rayos del sol.
Morelio es uno de los integrantes de ese dos por ciento de niños que sobrevivieron a la tragedia del hambre, junto con su inseparable amigo el Chico Américo. No en vano se dijo "en la pampa quedan las cruces". Por centenares son las cruces resecas que aún se ven en los recorridos a los también resecos y solitarios cementerios, a los largo de sus caminos desde los campamentos.

"Año tras año por los salares,/del desolado Tamarugal/lento cruzando van por millares,/los tristes parias del capital." ("Canto a la pampa" de Francisco Pezoa, poeta ácrata).

Después de mucho, Morelio fue alguien, un escritor que creció en medio de la borrasca dictatorial de Pinochet, otro que va para grande es el chico Américo cuando más de algún día esté en los estrados defendiendo las causas nobles de los trabajadores.
Y todo quedaba lejos, pero lo más lejano de todo era la felicidad. Como única imitación para ser felices era el emborracharse hasta perder la conciencia. Y se vivió el latrocinio del "capote" (violación) y no faltaba noche en que hubo un capote, la falta de mujeres abría los apetitos cuando, éstas, iban en caravana hacer sus necesidades a pleno desierto. Tampoco fueron ajenas las violaciones cometidas por los administradores croatas de las pulperías, y así se solía ver entre tanta morenada más de un blancucho y rubio chiquillo. Más de un muerto en riñas por alcohol, o muertes por defender la honra mancillada a causa de los adulterios. La pampa quedó regada de sangre obrera "las mesnadas de rotos deambulando, los héroes de ayer, sufridos gañanes muertos de hambre" decían los diarios de la época. Desde sus comienzos, pasando por Santa María de Iquique, La Coruña, San Gregorio y Pedro de Valdivia, matanzas sistemáticas que cada cierto tiempo para calmar los ánimos dirigía más de un generalito. Había que matar, se mataba por matar a estos condenados de la tierra, como lo definió Fanon.

El mirón de la calle.
30/11/08

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