domingo, 5 de enero de 2014

La mesa redonda. De los archivos del Mirón de la calle



LA MESA REDONDA - De los archivos del Mirón de la calle

La casa de la tía Mime era muy popular entre la parentela atroz. Para nadie era un misterio que dos eran las especialidades culinarias con que agasajaba a la salvaje tribu parenteril. Ese exquisito pescado azafranado y rodeado de especias, la nunca olvidada hoja de laurel y una infaltable taza de vino para bañar el pescado preparado a la parrilla.

Arroz graneado con curry. La mesa incitaba. Esa enorme y descomunal mesa redonda, donde los camelot eran muy especiales. Una octavilla de malandrines de enumerados hasta el uno. Tres hembras y cinco machos. Entre la primera y la última había una diferencia exacta de ocho años. Completaban los espacios de la mesa de puro pino oregón, circundada por banquetas especiales también de la misma preciada madera.

Como toda casa llena de chiquillos, la mezcolanza de olores era increíble desde la aromática que emergía de la cocina y esa mezcla entre cremas, perfumes, aguas de colonia y mierda con que se manejaba la limpieza de los pequeños bribones. Vestidos con los más estrafalarios restos de ropas.
Solamente una, la mayor, de una palidez de ballena extraviada y ojos plomos. Vestía pulcramente y con finas ropas, calzaba zapatos "Tommy", la mejor marca, calzones bordados y siempre olía a "Soir de París". Y hoy pareciera que huele a trementina y meriñaque.
Cuando la niña fue mayor, coleccionaba en la parte de atrás del WC, en una especie de repisita, los trapos con sangre de la menstruación. Hay que hacer notar que junto a ese WC crecieron con fuerza muy hermosos un olivo y un granado, cuyos frutos bien abonados eran la delicia de la tribu.
Solía yo aparecer por ahí, cada vez que había esas delikatessen de pescado, o las no menos deliciosas anchoas al aceite, o sardinas españolas al tomate. Me fascinaban los sándwiches de albacora para la hora del té con canela a media tarde. La mesa era el centro de las más formidables algazaras, risas, llantos y gritos ensordecedores de niños.

Mi tío al que apodaban "John Wayne", con una paciencia de santo de yeso, soportaba estoicamente a sus retoños. Sin angustiarse, menos acalorarse y bramar como toro, miraba a su prole y movía la cabeza. La tía Mime ponía la nota del grito desgarrado y los simulados ataques al corazón: "estos niños me matan y tú no hacís nada" le gritaba a mi tío, quien muy ceremoniosamente comía tres jureles de una sentada, y tomaba un litro de té con canela. El tío vivió hasta los noventa años, la tía hasta los ochenta y ocho.
La mesa redonda de la cocina era también el escritorio donde los niños más tarde, cuando ingresaron a la escuela, hacían sus tareas. Y bueno, entre los cuadernos y útiles a veces solía encontrarse algún restillo de las fabulosas comidas de la tía.

La mesa redonda era el centro de la preparación de las comidas y tortas.
Pero, donde los transeúntes de la calle Sucre con 14 de Febrero se paraban a mirar consternados, era cuando la tía Mime, amarraba a toda la parvada con cordeles y estos podía corretear por la acera de la casa, mientras la tía en su enorme sillón, tejía o remendaba ropa.
Era en las tardes de verano generalmente cuando salían los "los niños perros" como les decían, porque estaban todos amarrados de la cintura para que ninguno escapara, tomara las de Villadiego y de pronto se pegara un encontronazo con algún móvil y los aplastara como a cucarachas. Así la tía prevenía los accidentes y mantuvo con vida a sus hijos hasta que estos pudieron valerse solos.
La tía y el tío, vivieron lo suficiente para ver una poblada de nietos alterando la vida anciana que llevaron tranquilamente.
Hasta casi sus últimos días la tía Mime brindó también para nuestro gusto su exquisita torta moka con un menjunje compuesto de mantequilla, huevos, café y leche, y sobre este espolvoreaba nueces. Más que seguro que del abuso en comer la rica repostería de la tía es que de siempre me tortura la diabetes mellitus.
Los primos emprendieron los más variados caminos, ocuparon espacio y trabajaron en Europa, Asia y América del Norte. Las primas aportaron chilenos y sus hijas continúan en esa misma faena.
Y… ya ven, la vida solaz de una pareja como fue la que formaron la tía Mime y "John Wayne". Él murió días después del aluvión y la tía le sobrevivió un tiempito más. Lo notable fue, que para sacarla de su casa, ubicada en la parte alta de los cerros de la cordillera de la costa, hubimos de conseguir una grúa para bajar su ataúd, ella que nos decía "no como nunca niño"… murió pesando casi 200 kilos. 

El Mirón de la Calle.

14-12-2008  Publicado en el blog El Conventillo

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