CUANDO LLEGAN LAS NOCHES DE
INVIERNO
Por ahí vamos los que pasamos una
extensa soledad en la vieja casa desguañangada, y sin afeites, pues lo años
como los que uno tiene también las destartalan.
Por cierto, cada vez que asomo al ante
jardín, no falta esas consuetudinarias corridas de cortinas que delatan a la
siempre sapa vieja del barrio que anda loriando que hace uno, suelo ver a más
de una que no aguanta, y sale como que está barriendo, y no barre pero ni para
su cumpleaños la casa.
El asunto pasa de la curiosidad malsana
al pelambrillo habitual y sueltan las lenguas peor de largas que las que tienen
las vacas y le descueran a uno hasta el alma. La Miriam "potito de
alcachofa" y la Putísima, como le dicen a esta deslenguada, aunque
la vieja se llama Purísima. Bueno, tiene su cartel la "iñora" a
la que el pobre vecino Pinto adora, la sacó del prostíbulo del "Lola
Puñales", la hizo señora y se la llevó a su casa humilde y muy decente.
Ambas me tienen entre ojos y lengua,
una vez que me fue a ver la Rosa López al segundo todo el barrio estaba
enterado que a mi casa había entrado una "galla" re pituca y fruncida,
encarterada y con bagatelas en el cuello simulando perlas cultivadas, pero si
hasta el número de pie le habían calculado diosito lindo!. Se le notan
esos calzones que parecen hilos dentales, ya ve usted que las lengua de
víboras, que me perdonen las víboras por la comparación, hasta rayos X tienen
en los ojos que empelotan a cuanta fulana ven de las que viene a mi casa.
La Rosita me pasó a invitar al bautizo
de su hija Fernanda de seis meses.
Oiga mi señora linda, esa si que fue
fiesta, hasta me dio ganas de invitar a la Juana Mascarrieles, las mesas eran
exageradamente grandes donde el comistrajo chorreaba de gusto pa' todos lados.
¡Chuatas! Ahora me vengo acordar del viejo cuento de don Joaquín
Díaz Garcés (Anjel Pino) "El bautizo" que aparece en "Pájinas
chilenas" que es una colección de artículos, narraciones y cuentos que el
caballero escribió entre 1897 y 1907, que además cuenta con una serie de
ilustraciones del famoso cura Pedro Subercaseaux. Claro, digo esto porque no
faltará más de alguien que diga: mira el pelao Mirón de la Calle, le
copió a Díaz Garcés.
Para evitar a los Fray Apenta de estos
días, que por cierto no tienen la enjundia y el cacumen del viejo crítico
literario y menos rozan siquiera la capacidad intelectual y crítica de Juan de
Luigi. Je… vaya, de dónde estos "críticos" de ahora van a
llegar a los talones de los que ya nombré, habrán leído o sabrá algunos de ellos
quién fue Omer Emeth, aaay, que Dios nos pille confesados.
Pero si, mi amigo conventillero, de que
se comió se comió, y hubo comida hasta para chuparse dedos y bigotes, de esos
mostos nuevos y chacolí de los mejores había en barriles de 500 litros, era
como para que tomara un regimiento completo de sedientos. Quedaron secos. Eran
tres los barrilitos.
Para que le cuento las de minas que
había, si en verdad, para que andamos con cosas, andaban todas con esos
calzoncitos de hilos dentales, que puchas que son tentadores. Era llegar y
agarrar. Y como siempre, se armaron parejas momentáneas mientras duró el
condumio. Si hasta el chico Tito agarró una vieja pituca y zangoloteó con ella.
Al medio día la cazuela de pava
brillaba en su gordura, acompañada de papas chilotas, zapallo, porotitos verdes
y chuchoca… luego venían si usted quería mi señor, chunchules fritas en sartén
de cobre y claro con el favor de Dios y la Madre del cielo los perniles de
chancho era cosa de comenzar a deslonjarlos para engullir, pollos fiambres,
ensaladas surtidas con harto apio y paltas, que decirle como doraban los
corderos al palo en el fogón especial que había en el patio, o esas ancas de
vaquilla que soltaban el chorro jugoso que daba gusto.
Tres días duró la remolienda, es que
cuando ya quedaron agotados los estómagos, bueno hubo que apurarle al chocolate
caliente con leche, roscas si el Hernán Rivera Letelier no cabía en sí de puro
gusto de tanto comer roscas el muy ladino, nos acordamos de los sábados en casa
de la Lema y esa compañía especial donde estaba la Germana, la Bruja Abarca, la
Soledad, y para que le cuento como el negro Gaytán se puso más negro de
puro apurarle al tinto y al asado. El Pelao Díaz quedó más hinchado que vejiga
de toro. Todo el mundo comió hasta quedar tieso. Los perros y gatos del
barrio durmieron con placer una semana de tanto comer los restos de la pichanga
descomunal.
El municipio, dispuso de un camión
especial para recoger las basuras que quedaron del famoso bautizo de la
Fernandita. Ya ve usted poh, como la soledad en el invierno de la vida lo hace
a uno acordarse de cosas buenas.
El Mirón de la Calle.
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