LOS
CONDENADOS ALLÁ EN LA PAMPA
En el
interior aquel; resonaba igual como piedras que caen por una cascada, el
permanente ser. Tal vez echar a correr atrás los almanaques. El pasado, que fue
futuro alguna vez, para poder reordenar todo.
Desde el
uno de enero al treinta y uno de diciembre, desenjaular los espacios gratos
para iniciar un doblamiento de sonrisas, risas y alegrías. Luego antes, amarrar
los monstruos del dolor, la pena, la rabia, el resentimiento, el desamor y el
llanto.
En eso estaba
Morelio dando vueltas en vértigo a sus disparatadas ideas que no compartía con
nadie y que sólo las decía para sí mismo. Las nostalgias se le venían encima
leyendo la célebre novela "La Reina Isabel Cantaba Rancheras", de
otro pampino: Hernán Rivera Letelier.
Solía creer
que la arena se hace líquida mientras más se mira, sobre todo al medio día de
espejismos en medio de la inmensidad desértica del despoblado, ésta, se mueve a
un compás similar al de las olas del mar.
Por esos
lomajes como aguas en movimiento, solían verse jugando niños como sonámbulos
bajo la temperatura cercana a los cuarenta grados y ni una sola brisa o sombra
se podía otear desde donde se mirara, niños vestidos estrafalariamente con
desechos de ropas dados de baja en el ejército: era los llamados "niños
milicos".
Al recordar
todo eso, repasar por los más profundos detalles de esa vida infantil, a
Morelio se le caían las lágrimas a causa de los luctuosos recuerdos. Sí, él,
era un sobreviviente en ese mundo espantoso en donde cualquier niño al que se
le daba leche: moría. Efectivamente, desde el nacimiento estaban signados con
el estigma del hambre tras la breve lactancia de leche materna. Breve por lo
agotadas que estaban las tetas de las madres de ese espacio pampino. Mujeres
que constantemente vivían en ese mundo de sonajeras de tripas al vaivén del
hambre. Hambre desgarrante desde que despertaban hasta que volvían a sus
jergones sobre toscas de caliche y un cinc cubierto con restos de mantas y
sacos de aspillera en que traían las papas desde Coquimbo. Allí también
florecía cada noche el amor, casi bajo las estrellas que se introducían por las
hendijas de las chozas, en noches crudas de frío desértico.
Así pues;
"en la vida hay mil males y diez mil amarguras" (Ho Chi Minh).
El campamento
salitrero siempre fue algo provisional donde vivió la gente, cerraba la
salitrera y se levantaba un campamento en otro lugar."De construcción
ligera y momentánea, como si fuera a ser mudable en breve plazo"
("Los obreros del salitre", Dr. Lautaro Ponce – Galvarino Ponce). Un
conjunto de miserables "viviendas". Por otro lado las máquinas nuevas
y relucientes, eran mejor cuidadas y protegidas que la gente.
Así:
"El combo caía recio sobre la cuña que mordía el peñón de caliche"
("Jai-von", David Rojas González). Golpe que daba el bravo hombre del
desierto, el Pampino. Es curioso leer tantas reminiscencias de la pampa como
jolgorio de vidas pasadas en el que muchos ex obreros recuerdan emocionados
esos brutales tiempos, pero como si todo hubiera sido un bienestar. "Así
recuerdo a mi pampa", ¡diablos! ¡Qué mierda!, y todavía añorando esa noche
que quedó atrás, como si hubiera sido todo festivo.
Nadie de
estos alegres recordantes, conserva en su memoria a esos bebés que luego de ser
destetados, muchos de ellos mismos lo fueron, su dieta consistía en mamaderas
de té con alguna yerba (menta o paico). Que la comida era un deslavado caldo de
huesos hediondos que a bajo precio se compraba en la pulpería, tal vez lo único
más barato. Huesos verdes, semi podridos. Hambre, como en ese libro de Knut
Hamsun. HAMBRE, esa es la palabra exacta que golpeaba a martillazos con los
ardientes rayos del sol.
Morelio es
uno de los integrantes de ese dos por ciento de niños que sobrevivieron a la
tragedia del hambre, junto con su inseparable amigo el Chico Américo. No en
vano se dijo "en la pampa quedan las cruces". Por centenares son las
cruces resecas que aún se ven en los recorridos a los también resecos y
solitarios cementerios, a los largo de sus caminos desde los campamentos.
"Año
tras año por los salares,/del desolado Tamarugal/lento cruzando van por
millares,/los tristes parias del capital." ("Canto a la pampa"
de Francisco Pezoa, poeta ácrata).
Después de
mucho, Morelio fue alguien, un escritor que creció en medio de la borrasca
dictatorial de Pinochet, otro que va para grande es el chico Américo cuando más
de algún día esté en los estrados defendiendo las causas nobles de los
trabajadores.
Y todo
quedaba lejos, pero lo más lejano de todo era la felicidad. Como única imitación
para ser felices era el emborracharse hasta perder la conciencia. Y se vivió el
latrocinio del "capote" (violación) y no faltaba noche en que hubo un
capote, la falta de mujeres abría los apetitos cuando, éstas, iban en caravana
hacer sus necesidades a pleno desierto. Tampoco fueron ajenas las violaciones
cometidas por los administradores croatas de las pulperías, y así se solía ver
entre tanta morenada más de un blancucho y rubio chiquillo. Más de un muerto en
riñas por alcohol, o muertes por defender la honra mancillada a causa de los
adulterios. La pampa quedó regada de sangre obrera "las mesnadas de rotos
deambulando, los héroes de ayer, sufridos gañanes muertos de hambre"
decían los diarios de la época. Desde sus comienzos, pasando por Santa María de
Iquique, La Coruña, San Gregorio y Pedro de Valdivia, matanzas sistemáticas que
cada cierto tiempo para calmar los ánimos dirigía más de un generalito. Había
que matar, se mataba por matar a estos condenados de la tierra, como lo definió
Fanon.
El mirón de
la calle.
30/11/08
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