(A comer porotos con rienda)
Insoportable fue que sucediera allí,
justitamente en ese sitio, si, ahicito no más, cuando se encontraba afanado
mirando el techo desde su elefante empotrado, es decir su "cama",
cuatro terrones de caliche y una plancha de cinc oxidada cubierto con gangochos
de sacos paperos. ¡La Purísima!, desde ahí, miraba las estrellas del cielo, por
los portillitos que tenía el techo que lo cobijaba, que más bien parecía
colador que techo.
Pero claro, era el más atorrante de
los habitantes del conventillo, y la doña Eufrasia no le iba a pasar la mejor
pieza al pililo. Hilvanando fogosas fantasías, se daba vueltas y vueltas en el
jergón. La pocilga entera guardada un fuerte olor a sudor acre y vinagre.
Parecía que el alma se le había metido en los piojos. Agregado todo esto a las
tiesas calcetas con un olor increíble, olisco a no se sabe qué extraño tipo de
queso Tirolés.
Este Pedro de las Mercedes, hombre
famoso en las juergas y fiestas pampinas, hombre ducho y lacho irresistible
pese a su tan poco adecuada vestimenta. Mal agestado y con el cuerpo tatuado de
cicatrices atroces.
"Es que el Peiro, tiene una
herramienta especial, y a una llegan hasta abrírsele los dedos de las
patas" era comentario femenino. "Una tiene sus sentimientos".
Se le conocía por todas las calles
de la Ausonia, las maravillas de la "herramienta" de Pedro, si hasta
alguien decía que tenía de santo el palito, y no había hembra a la que no se le
hiciera cominillo su cosita y se mojara los calzones, con sólo decir el mentado
nombre del hombrón.
Pero acordándose en la soledad del
sucucho como si fuera trance, la chiquilla esa de don Tomás, es que se le venía
a la cabeza y se le emborrachaba de pura calentura. Ese olor de hembra que
enamora, desnudita con su carita de manzana primorosa. Así la imaginaba.
La sonajera de tripas, era porque su
estómago reclamada de las viandas que se comía en la pensión "El Chancho
Picante". La enjundiosa Elena era divina para las mejores comidas y platos
especiales que tanto gustaba a los pampinos, en especial los porotos con
rienda. Elena guardaba muy bien el secreto de la abuela Luzmira de cómo
prepararlos.
Cuando la gente estaba ya comiendo
su último alimento de la noche, se sentía que colocaba porotos secos en una
olla y los dejaba remojando por la noche, agregándole sal, comino orégano,
pimienta y albahaca. Y claro, también lonjas de cuero de chancho con harta
grasa.
Tempranito por la mañana, cuanto
cantaba, el gallo la Elena con su misma agua de remojo ponía los porotos en la
cocina encendida con sus rojos carbones.
Mientras se pone a freír en la manteca con aceite los
cebollinos, incluidos los tallos verdes, y la cebolla picados bien finos;
cuando se iniciaba el dorado de las cueritos de chancho, se agrega el ajo
picadito, el pimiento partido, luego la salsa de ají de color, se vacia esta
fritura en los porotos. Se deja hervir "calduitos", finalmente se le
colocan fideos tallarines
Pedro se rascaba todo, pensando en
la chimbiroquita de dieciséis años, esos senos almacenaban fuego, armoniosa,
una masita como de nieve purita, pulidita. Y la comezón no dejaba quieto al
recio y maloliente varón.
El hambre sacaba de sus ardientes
impulsos a Pedro, pero si donde la cosa fue ya pero más milagro que la Genoveva
de Bravante, ver que se tendía en su mugriento camastro esa belleza marfil,
flexible, de curvas inquietantes. El hambre para acallar las tripas es que lo
dejó Pedro para la tarde o cuando fuera. Cosita linda ella allí tiradita,
blanca como leche y el hombre con su herramienta en ristre la alzó en vuelo y
un grito de satisfacción y dolor llenó la soledad y se remecieron hasta los
cimientos del conventillo, y eso no fue nada, el griterío como chivateo de
indios en malón fue tan grande que en casi todo el barrio desde Copiapó hasta
Maipú y desde San Martín a Manuel Rodríguez, la gente vivió inquieta por días,
los perros ladraron tanto que caían muertos, los gatos huyeron despavoridos,
las mujeres se persignaban y al compás del griterío sexual del Pedro y la
Rominita la hija de don Tomás. Las mujeres se embravecieron y estrujaron a sus
maridos más que a un limón de Pica. Si hasta los burros salieron en desbandada.
El ajetreo duró una semana completa,
fue tal el entusiasmo de ese cacheteo, y como era 21 de Mayo, día de las
glorias navales de Chile y la puta madre, nueve meses después surgió una
increíble población de chiquillas y chiquillos llamados Esmeralda, y Esmeraldo
y hasta varios cabritos viscos, a estos los bautizaron los Arturitos para
homenajear a Arturo Prat, capitán de la Corbeta histórica.
Sin embargo; no pasó inadvertido
para nadie, es que también por esos días fue cuando más se consumieron los
ricos "porotos con riendas" de la Elena, la del Mercado Municipal. Es
que se comió tanto que los machos de puro gusto se iban a pique por entre medio
de las piernas de las féminas. Ante el griterío orgiástico sexual de Pedro y
Romina. Es como para celebrar otro 21 de mayo con porotos con rienda mi alma.
El Mirón de la Calle
Publicado en el blog El Conventillo
19/10/08
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